Publicado: 4 mayo 2021 a las 12:00 pm
Categorías: Arte y cultura / Literatura / Poesía
México/ 04 Mayo,2021/ Fuente/ https://aristeguinoticias.com/
El poema no puede verse como el engranaje de una maquinaria que predestina o se predestina. He allí otra de las otras grandes virtudes de su condición artística universal moderna.
Por Julio Moguel
El poeta de poetas. El poema fundador de la literatura moderna en México. Dos vectores que se funden: El primero se llamó Ramón López Velarde. El segundo “La suave patria”.
Treinta y tres estrofas: una construcción catedralicia que esparció sus aromas y sus ritmos por todo Latinoamérica y el mundo desde el momento en que fue publicado en la revista El Maestro, en junio de 1921, fechado por el autor, en su versión final con letra manuscrita, el 24 de abril del mismo año. El artista no fue testigo de esa recepción excepcional de su obra maestra, pues falleció justo en ese mismo mes de junio, a los 33 años, cuando alcanzó la edad de Cristo.
Desde muy pronto López Velarde fue nombrado “el poeta nacional” desde los medios oficiales, académicos y oficiosos, pues su poema era “la más genuina y artística construcción del sentido profundo de la patria”. Pero, como veremos, ese “sentido profundo” no fue en realidad el que quiso darle el oportunismo oficialista de la época; tampoco el que quiso convertirlo desde muy diversos foros y tribunas en un simple verso descriptivo en el que podían palparse, gozarse y entenderse “las realidades” más simples y profundas de “la patria”.
Porque si revisamos cuidadosamente el texto poético en sus líneas y entrelíneas, así como en sus correspondencias, López Velarde en realidad recuperaba justo el concepto que tendía a perderse ya entonces por la forma en la que se entendía y “debía entenderse” la pluralidad de una nación que desde 1821 se articuló –o pretendió articularse– sobre un pacto de “poderes federales” que no necesariamente coincidían con las verdaderas fronteras o delimitaciones de “las patrias”.
Dicho de otra forma y de manera más simple: López Velarde no habla en realidad de “la patria” sino de “las patrias”, tal y como éstas fueron creciendo o se fueron tejiendo desde un vínculo relacional marcado por el territorio y los subsistemas socioculturales y reproductivos emergentes desde la época prehispánica.
De allí que “La suave…”, de su título, adquiere una connotación especial, sintomáticamente imperceptible para quienes han creído que remite a una forma de “tersura” e “inocencia”, reduciendo su sentido a una especie de “dulzura” que emerge naturalmente de los poros de “esa patria”. Y cuyo eje articulador es “un enamoramiento patriótico profundo que va revelando la vida provincial, en el que los colores, sabores, olores y bellezas de la tierra son descritos de manera tan profunda e inocente que recuerda la infancia y la Patria imaginada, recreada con identidad y orgullo pese a las adversidades por las que atraviesa”.
Nada más equivocado, en mi opinión, que esta última y común consideración, misma que goza por desgracia de una gran popularidad en la mayoría de los medios.
II
Seleccionemos un fragmento del poema para mejor comprender la reflexión que hacemos en este texto:
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.
Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.
[…]
Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.
Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos se vacía
el santo olor de la panadería.
Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera
suave Patria, alacena y pajarera.
[…]
Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas,
oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco.
Y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh trueno, la ruleta de mi vida.
III
Cuando Jorge Luis Borges memorizó el poema de López Velarde no pudo ver en él la virtud “inocente” de una mirada cualquiera. En esa memorización de Borges se reflejan los ángulos artísticos de una construcción poética universal: de ninguna manera la marca de un “provincianismo” encantador y diletante.
Cuando el poema se ubicó de inicio en dicha universalidad estaba mostrando de una u otra forma los caminos de la creación poética moderna. Justo en el terreno de la construcción esférica de una ficción no metafórica (ya sabemos, por ejemplo, que Kafka odiaba las metáforas). En un tejido en el que también vale detenerse en “las correspondencias” que tanto encantaban a Baudelaire.
¿Hacia dónde apuntaba la flecha del poema? De ninguna manera hacia la reificación “de la patria”. Desde esa perspectiva, Ramón López Velarde no pudo haber sido en realidad “El poeta nacional”. Porque en sus líneas se entretejen las voces y los pasos de los pueblos, en un cruce de dos dimensiones que generalmente poco se valoran: la que tiene como eje el “sentir o el saber ontológico” de “cualquiera”, por un lado, y la que engarza el “particularismo” con sus simples posibilidades de afirmación global o “nacionales”.
El poema no puede verse, entonces, como el engranaje de una maquinaria que predestina o se predestina. He allí otra de las otras grandes virtudes de su condición artística universal moderna.
Jorgé Luis Borge
IV
Si fuera posible dialogar hoy con Ramón López Velarde podríamos decirle, con modestia y en un ritmo similar a su poesía, que:
La Patria ya no es diamantina
y no es más de maíz su geografía,
[Que] los trenes encallaron en los rieles oxidados
y en estaciones de paso
convertidas ahora en nidos de ladrones
e incubadoras de ratas.
Y decirle a la vez que:
Con el vestido manchado
la Patria ofende hoy a quien camina,
y es el rojo carmesí de su boca mutilada
la que dibuja el graffiti de la ruina.
Decirle finalmente a López Velarde que hoy vivimos tiempos de dolor y de pandemia, pero que queremos –y estamos intentando– volver a “las patrias” de las que él nos habló hace cien años. Con esa “suavidad” alucinante que reanima.
Fuente
https://aristeguinoticias.com/2804/opinion/la-suave-patria-y-ramon-lopez-velarde-en-su-centenario-articulo/
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