Publicado: 31 octubre 2020 a las 1:00 pm
Categorías: Artículos
Por Juliana Pungiluppi
Fue un sábado en cuarentena. Estaba sola con mis dos hijos y empezaron a pelear por un juguete. Llamé al baño al mayor por haber empezado. No me obedeció. Lo tomé a la fuerza para que bajara al único baño que tiene cerrojo en casa, pero se resistió. Lo alcé y finalmente lo logré encerrar, teniendo que utilizar mucha fuerza.
Me senté en el comedor. Lloraba desconsolada: de rabia con la vida por estar sola y no tener a mi marido hacía varios meses, por haber perdido a mi mamá hace unas semanas, por el cambio abrupto de vida de haber estado trabajando tiempo completo a ser mamá de niños teleestudiando.
Mi hijo mayor gritaba: “¿Por qué me cogiste así de duro, mamita? ¡Yo no necesito que me pegues para entender!”; el menor se acercó a la puerta a decirle: “¿Dónde te duele, te paso curita?”. La culpa me invadía, pero más un sentimiento de fracaso. Hacía unos meses los podía llamar al ‘tiempo de pausa’ en una esquina, o en el mismo baño, sin acudir a la fuerza. Pensaba que no tengo ni idea de educar, que se me salieron de las manos.
No pude ni mirarlo a los ojos por unas cuantas horas, mucho menos revisar si le había hecho daño. Lo abracé muy fuerte. Lloré con él, le ofrecí disculpas y le expliqué todo lo que tenía por dentro que podría explicar mi falta de autorregulación.
Les hablé sobre buen comportamiento, duelo, aprender a respirar y las consecuencias tanto positivas como negativas de nuestros actos.
“Si nos dices las cosas de buena forma, nos portamos mejor, mamá”, dijo el menor, de tan solo 4 años.
Una sola vivencia basta para reafirmar que el castigo físico no modula el comportamiento que se quiere corregir. Por el contrario, se ha asociado con menor obediencia y empeoramiento de la conducta en el corto plazo, en detrimento de los lazos de confianza entre padres e hijos.
La evidencia es contundente respecto a los efectos en el desarrollo cognitivo y socioemocional: hay mayor tendencia a comportamiento antisocial, mayor probabilidad de ejercer violencia doméstica y un mayor riesgo de sufrir de depresión y otros trastornos mentales.
Estudios de Harvard para Colombia confirmaron que ambientes violentos incrementan el riesgo de uso del castigo físico, pero a su vez que la exposición al castigo físico incrementa el riesgo de un desarrollo atípico que puede incrementar la violencia y fomentar más ambientes violentos.
La comunidad internacional ha instado a los Estados para que adopten medidas contra el castigo físico y los tratos crueles, humillantes y degradantes. A la fecha, la prohibición se ha implementado en 58 países.
Colombia está a un debate de dar el paso, gracias a un proyecto de ley que desde hace dos años promueven el ICBF y la Alianza por la Niñez Colombiana. Se apunta a modificar el artículo 262 del Código Civil para eliminar la posibilidad de “corregir moderadamente”. Algunos mencionan que la reforma es innecesaria, pues el maltrato físico ya está prohibido en el Código de Infancia (art. 18). Las pequeñas correcciones, justificadas en el marco de la crianza, sin embargo, están normalizadas, y, a pesar de que envuelven tratos crueles y degradantes, no se consideran violentas. Esta es la justificación de la ley.
Ha habido resistencia de parte de quienes consideran que se limita la autonomía de las familias y se pone en riesgo la autoridad de padres y madres. La iniciativa no desconoce su rol, sino que enmarca la crianza por fuera del concepto simplista de educación a punta de palmadas.
La nueva legislación es un cambio cultural y en el trasfondo, un tema de salud mental. Se proyecta a Colombia en la senda de la disciplina positiva. Se podrá avanzar en la producción de conocimiento sobre crianza sin agresión, y los padres tendremos acompañamiento del Estado con herramientas para manejar retos de la crianza.
En el caso de los que se consideran ‘invictos’ del castigo físico como método de crianza, la pregunta que surge es qué hubiera pasado si en lugar de cachetadas y pellizcos hubieran sido educados a través de la disciplina con amor. ¿Serían distintos?
La comunidad internacional ha instado a los Estados para que adopten medidas contra el castigo físico y los tratos crueles, humillantes y degradantes.
La Plenaria del Senado tiene en sus manos lograr un cambio histórico y para bien. El principal mensaje es que transmitiendo dolor no se forman ‘ciudadanos de bien’. Colombia será distinta si las próximas generaciones aprenden a contar hasta 10 antes de hablar, si les hablamos a nuestros hijos apelando a sus fortalezas y no recalcando sus debilidades. El cambio estructural se logra comedor por comedor.
Fuente:
https://www.eltiempo.com/vida/educacion/limites-para-todos-columna-de-juliana-pungiluppi-545701
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