La sierpe infinita de Jonuel Brigue

Publicado: 19 agosto 2020 a las 3:00 pm

Categorías: Literatura

Por Criseida Barrios Arias.

José Manuel Briceño Guerrero, doctor en Filosofía y Filología y profesor de la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela, fue un reconocido narrador, filólogo, y ensayista venezolano, quien destaco fuera de las fronteras de su país. Su seudónimo, Jonuel Brigue,  el empleado para su trabajo narrativo, oculta al llanero, al hombre curioso, al filosofo que hurga constantemente en la filosofía del lenguaje para explicar su mundo.

De forma inevitable, José Manuel Briceño Guerrero apela a la evocación. En la mayoría de sus novelas y ensayos nos recuerda su infancia en Puerto de Nutrias, sus vivencias, sus amores, su acercamiento al saber popular y académico desde aquellos predios llaneros. Describe una gran necesidad de mostrarse en lo que escribe; pero por otro lado, nos presenta al narrador juguetón que le coloca pistas al lector, enigmas, juegos curiosos para descubrir su mensaje.

Es posible hallar en su quehacer creativo, una firme investigación en torno a las posibilidades infinitas del lenguaje para comprender la problemática de los latinoamericanos: es desde allí, precisamente, donde radica parte de su grandeza filosófica en el continente. Por supuesto, sin dejar atrás el goce estético con el que plantea el abordaje de temas de raíces locales, pero con alcance universal.

Briceño Guerrero fundó una comarca sensorial para revelar y analizar las escrituras arcaicas y actuales (entre ellas, las hebreas, griegas, chinas, latinas, japonesas, petroglifos, sánscrito, árabe, códices medievales y mayas, números y grafías convencionales). Intentó propiciar lazos significativos entre las distintas manifestaciones culturales y señalar que, la presencia de la palabra gráfica, convertida en literatura, es una forma de acercamiento individual, colectivo y cultural que van revelando el secreto de los lenguajes y desacralizando las viejas nociones de los géneros en las letras. El autor apureño, al respecto,  mencionó en una entrevista hecha por Luis Manuel Pimentel una aguda opinión sobre su concepción de los géneros literarios:

“Una cosa que yo he intentado hacer desde hace muchos años es romper la separación entre los géneros, y poder escribir en un lenguaje que no respete los géneros, que tenga cambios de actitud y de clima, de temática súbita, siguiendo los cambios de la conciencia, con el peligro de caer en una escritura caótica pero no sucede así, porque todas esas cosas diferentes que se han pasado a géneros distintos están en cadenas y tienen sentido”.

Esta transgresión genérica que practicó Briceño Guerrero, desembocó en una  exploración constante, en la reflexión en torno al lenguaje vivo del hombre y en la permanencia de un imaginario familiar y colectivo. la producción del autor de Anfisbena revela la unidad de propósito de un amplio proyecto de indagación del Ser, y que además, extiende su objeto de reflexión desde las honduras de la conciencia, donde concluye la memoria y se hurga la nada, hasta las fibras más menudas de los múltiples discursos culturales que componen la compleja trama de la vida social.

Antes de analizar propiamente los aspectos intertextuales y el lenguaje de la novela que nos ocupa,  Anfisbena, culebra ciega, conviene ofrecer una breve revisión del origen del nombre que le da título. Según la mitología griega, Anfisbena era una culebra bicéfala incapaz de ver. En cada extremo de su cuerpo existía una cabeza, y podía, de este modo, desplazarse en ambos sentidos, hacia atrás y hacia adelante.

Refieren que Anfisbena brotó de la sangre que derramó la cabeza de Medusa cuando la llevaba Perseo montado sobre Pegaso. La sangre de la Gorgona cayó en las arenas del desierto libio y de este modo, surgió la Anfisbena. Poseía un veneno letal que le hacía obligatorio tener dos bocas para poder esparcirlo. Esta serpiente poseía una capacidad regenerativa: cuando la atacaban, la parte mutilada se reponía instantáneamente. Esta herencia mitológica se articula a la obra de Briceño Guerrero espontáneamente: tiene un desempeño medular que permite una relectura del pensamiento del hombre moderno a la luz de la cultura occidental.

Ahora bien, la novela Anfisbena. Culebra ciega, presenta atributos expresivos muy particulares y diversos. Los capítulos se encuentran numerados en letras y números. Las letras remiten a la disertación filosófica, antropológica, al ensayo en sí. Los números, en cambio, muestran la experiencia misma del autor: populachera, mosaical, llena de citas, un collage ordenado de pensamientos y reinterpretaciones, un juego cargado de desperdicios orales que se unen en forma de pastiche. Unas veces serán frases de la Biblia; otras, pensamientos filosóficos reinterpretados como citas indirectas, algunos con vehementes pensamientos teológicos, frases populacheras y canciones propias de la tradición oral.

Todos estos fragmentos, estos desperdicios verbales, a pesar de su aparente arbitrariedad, tienen su fundamento. Lo que aparentemente resulta disparatado, es en realidad una estructura textual organizada mediante la yuxtaposición de fragmentos lingüísticos heterogéneos, presentándose una mixtura de  citas de la literatura clásica,chistes, trabalenguas infantiles, villancicos, refranes, coplas populares atendiendo a la evocación a través de la memoria verbal.

Las tres caras de Anfisbena.

Briceño Guerrero desarrolló tres perspectivas distintas de la sierpe Anfisbena: vale decir, la serpiente como objeto lúdico, religioso y cotidiano. En el siguiente texto, esboza, de cierta forma, la imagen lúdica de Anfisbena:

“Si las culebras se chuparan la cola no morderían, pero no se la chupan. Si una culebra lo pica a uno, uno grita y corre. Echá una carrerita pa ver. Si es tragavenado la culebra tal vez lo pasa por el guargüero sin darle tiempo de decir pío. La culebra ciega tiene dos cabezas. Anfisbena. A la víbora de la mar. Al que le picó la culebra, bejuco le para el pelo. Coral, cuatronarices, mapanare, cuaima, cascabel. Culebrilla, sale por un costado y se va extendiendo, delgadita, por la espalda y por la barriga; si se muerde la cola uno se muere. De poco calibre la culebrina. Culebrinas en el cielo. El venado corre culebreando. ¿De dónde venís? Del palo quemao. ¿Qué traés? El rabo esollao. ¿De qué? De tanto correr. Ulises quería que la culebra de su viaje se mordiera la cola, quería morir.” (p.14).

En esta descripción, el motivo de la serpiente se transforma en esencia lúdica. La cadencia rítmica de las palabras, el empleo de coloquialismos y la reiteración constante de preguntas reafirman esta primera perspectiva. Por otra parte, se suceden una serie de frases desperdigadas, que al parecer no tienen sentido alguno, pero forman parte de un entramado perfecto que se relaciona con el tema de cada capítulo. Así observamos, por ejemplo, en el capítulo 10 que muy bien podríamos relacionarlo con la imagen de la serpiente, que todas las citas, frases disparatadas, son complementos populacheros de la imagen de la sierpe, es decir, es la explicación popular y la presencia de la imagen de la serpiente en el imaginario universal. Seguidamente, la imagen de la serpiente como objeto religioso se evidencia en este párrafo:

“Mas la serpiente era astuta. Bien sabe Dios que no moriréis, antes bien seréis como dioses sabiendo el bien y el mal. Maldita tú entre todos los animales domésticos y todas las fieras salvajes; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida (el hombre es polvo); pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, ella herirá tu cabeza cuando tú hieras su calcañar”. (p. 14).

Allí, se puede entrever la influencia genésica: los pasajes bíblicos se articulan en el discurso narrativo como un elemento intertextual trascendente. Por último, la perspectiva que alude a la experiencia cotidiana (la costumbre, el remedio casero y la creencia), permite completar esta tríada:

“En una botella de aguardiente se mete una culebra ciega. El que se quiebra un hueso bebe de ese aguardiente, entonces la culebra le camina por dentro, por todo el cuerpo, llega al hueso roto y lo remienda. Al que bebe de ese aguardiente con todos los huesos sanos, la culebra le camina también por dentro, por todo el cuerpo, y al no encontrar fractura, camina de patrás y le quiebra un hueso sano. Si la culebra ciega se corta en dos con un machete, los dos pedazos se vuelven a pegar”. (p.14).

Con este tercer fragmento, el remedio casero, tan usual en varias comunidades venezolanas, se ensambla con la vieja herencia mitológica de la serpiente Anfisbena: lo cotidiano se mitifica y viceversa. La hibridación, asimismo, hace presencia y nos muestra en realidad una novela ensayo hecha de retazos de pensamientos, de paráfrasis de las ideas de otros escritores, de la reinterpretación misma de la vida hecha por el autor, de la evocación, de la unión de sus obras, pues hallamos otras ideas que se encuentran en El pequeño arquitecto del universo o Douloos Oukon, novelas híbridas escritas por él. De este modo, ambas caras (la disertación filosófica y la experiencia familiar del autor) se intercalan, se superponen, se alternan; ofrecen una perspectiva doble que proviene de una misma inquietud: la inquietud del hombre por la reflexión del ser y la vivencia cotidiana.

Los capítulos A Y B de Anfisbena representan la reflexión. El primero, inicia con una despedida hacia el exilio, la premura por la desaparición de este que ha hecho perder tiempo, pues ha buscado el conocimiento, el reencuentro consigo mismo. Aparece como la imagen del combatiente, pero en realidad es una metáfora. El combatiente representa al hombre que lucha consigo mismo para buscar su esencia, que batalla con su ser para encontrar quién es en realidad. Y la palabra es el arma, el ente configurador. En el capítulo A, el combatiente va al exilio, pero al exilio de la palabra. En el capítulo B encontramos una explicación sobre el hombre y su esencia. Una visión metafísica  del ser humano:

…¿Quién soy yo? No por el nombre solo me conozco; otros se llaman o podrían llamarse como yo. Ni por las características del cuerpo o el alma; todas se encuentran por ahí repartidas en porciones desiguales y no es un juego de cantidades mi esencia… (p. 2).

Tomás de Aquino hacía referencia a que una cosa es inteligible por su esencia; por lo tanto, Briceño Guerrero expresa la existencia del ser por su esencia e identidad propia, tal como lo podían expresar los filósofos griegos como Platón o Aristóteles. Volvemos entonces nuevamente a la reflexión, partiendo del concepto y definición del hombre a través de su esencia.

Más adelante, explica el proceso de construcción del ser humano: “Erré, creí saber y me equivoqué…” (p. 10);  y luego más adelante expresa cómo el hombre es construido en sociedad, pero a través de la palabra. Señala el autor que somos formados bajo un patrón cultural: se nos enseña a creer en determinadas doctrinas, se nos enseñan patrones, tenemos creencias, ideales, conocimientos que resultaron simplemente una forma de ver el mundo a través de los ojos de otros.

Finalmente, expresa desde el punto de vista sociológico los procesos inherentes al hombre: la aculturación y socialización, simples actos de adopción de roles, como bien lo dice al final de este capítulo. Concluyendo, observamos una preocupación por el ser humano, su esencia y los procesos  sociales y antropológicos que pesan sobre el hombre para crear un producto donde la esencia no se respeta; somos masa, la verdad le pertenece a unos pocos, y el conocimiento y su búsqueda a otros tantos:

“Forzarme a creer…Alguien llega irresponsablemente a un oficio que no le gusta; pero puede con dedicación y buena voluntad llegar a practicarlo con eficiencia y amarlo. Yo había llegado involuntariamente a un sistema de creencias, es decir, a una cultura y había encontrado que no tenía fundamento infrangible ¿Por qué no tratar de apegarme a él, de afirmarme en su inmanencia hasta el punto de sentirlo incontrovertible? “(p.3).

 El símbolo de la Libertad.

A los 7 años, el protagonista de Anfisbena,  conoce a Andrés. De este encuentro queda un recuerdo importante además de la experiencia, una correa: “Que todavía tengo después de tantos años, la llevo puesta mientras espero la partida en el aeropuerto” (p. 23). Y aparece un nuevo concepto aprendido gracias a Andrés: el símbolo y la palabra fetiche.

Ciertamente, Andrés se convierte en el símbolo de la libertad. Es el joven fuerte, libre, realengo, con experiencia, aquel que provoca admiración, el que no juzga y te lleva a los derroteros más recónditos, que por regla moral, tu familia te impide acceder. Es la manzana del conocimiento mundano, la vida misma que se presenta ante Briceño para aprender, aculturarse a lo desconocido, a la vida del hombre mundano con ideas simples, pero libres de ataduras.

Encontramos, asimismo, una cita que explica el poder de esta relación de amistad, esto es la relación de Enkindu con Gilgamesh en el poema épico mesopotámico que data del siglo VII a.C. Enkindu, representado por Andrés, es lo salvaje, aguerrido, atrevido de la vida, pero al mismo tiempo el amigo por el cual se da todo. Gilgamesh es Briceño, inocente, hermoso, pero ávido de conocer el mundo común, fuera de palacio. Una relación cercana que lo influirá.

Ahora bien, la cita es una mixtura en la cual une varios personajes de la antigüedad: Glauco y  Diomedes, Jonathan y David, Enkindu y Gilgamesh, Aquiles, etc. Todos, representantes de la amistad incondicional: “Jonathan dijo a David: No temas, no te alcanzará la mano de mi padre. Entonces Glauco y Diomedes se apearon… Nos apartábamos de los compañeros para conversar tú, Aquiles y yo, solos…” (p. 24) Esto nos lleva, por un lado a un “deja vu”, vale decir, una sensación de lo ya leído que se produce en el lector al percibir la naturaleza intertextual del párrafo, pero al mismo tiempo, nos acerca al pastiche postmoderno, rasgo esencial de Anfisbena.

El pastiche en Anfisbena.

Siguiendo la nomenclatura de Gennette, el pastiche, como género hipertextual, consiste en la imitación de textos disímiles, discursos, estilos o autores en una misma obra: es una pluralidad paródica de géneros y estilos mezclados, ampliamente ensayado en el discurso literario postmoderno. Briceño Guerrero enumera, a partir de este recurso, una sucesión aparentemente desordena de palabras; una suerte de ejercicio de escritura automática que se guía sólo por el fluir espontáneo del pensamiento, que va de la cabeza al papel:

El libro de geografía aprendido de memoria. Odiseo, Ulises, Lis fundó a Lispolis Lispol Lisbol Lisboa en su último viaje desde Ítaca; había dicho: No nació el hombre para vivir como los animales, sino para buscar virtud y ciencia se adentró en el mar océano con sus fieles compañeros en su cóncava en su encorvada logró ver la montaña del Purgatorio expelida por el diablo mientras caía en el centro de la tierra; pero su negra nave también se inclinó hacia el centro de la tierra y se hundió como un pato en el mar cara de borracho. (…) En el globo de la escuela Andrés y yo calculamos y vimos el lugar donde naufragó: Puerto de Nutrias. (p. 11).

La tradición clásica, expresada mediante el pasaje mitológico, se une a la vivencia diaria: el recorrido espontáneo del verbo hace posible ese diálogo. Este libro es el testimonio de una enfermedad que avanza a medida que el protagonista crece, descubre y teme. Allí, descubrimos un personaje que repite palabras incesantemente hasta provocarse cierto grado de afasia semántica: “lo que más me agradaba era quedarme a solas, sin testigos, para desatar las palabras de su significado, para soltarlas; repetía en voz alta una palabra cualquiera y la seguía repitiendo, a veces en grito pleno, a veces en susurro, hasta que perdía todo contenido, toda referencia a las cosas” (p. 5).

El personaje central de Amor y terror de las palabras repite sin cesar, hasta que la palabra pierde todo sentido y se vuelve balbuceo sonoro; grito desprovisto de significado. Busca otro tipo de vínculo con las palabras: una revelación escondida tras una vocal, o el simple placer de convivir íntimamente con ellas, más allá de su función comunicativa. Quien habla trata de liberar las cosas del peso convencional, de sus nombres comunes:

“Me abracé a su tronco como en otras ocasiones, pero esta vez para liberarla y liberarme de las palabras. Con los ojos cerrados le fui arrancando nombres: magnolia, árbol, hoja, ramas, corteza, flor… arranqué alta, frondosa, sombría, acogedora, fuerte, bella, querida… arranqué en el medio del huerto, en el patio de la casa, sobre el suelo, bajo el altísimo cielo. Quedamos solos ella y yo, mi corazón cerca de su sabia. Quité sabia y corazón. Quité ella y yo. Entonces una corriente extraña me arrastró hacia no sé dónde mientras me iba perdiendo y olvidando. Quité corriente extraña, quité arrastrar, perderse, olvidar, saber, quité dónde”.  (p.25).

Como se ha visto, este recurso ha estado presente en el resto de la producción del autor apureño. El problema del hombre, su existencia a través del lenguaje, han sido tratados desde perspectivas lingüísticas y filosóficas. Volviendo a la obra que nos ocupa, el personaje central, según Bello (1997), “relata su ingreso a la comunidad de los hombres al tomar posesión de los juegos y herramientas proporcionadas por la lengua”     (p. 150). Este narrador, al igual que el narrador de Amor y terror de las palabras, “toma conciencia de sí mismo en el proceso de jugar con las palabras y ejercitar su talento lingüístico con total libertad frente a la vida responsable del adulto.” (p. 152). Otro rasgo substancial de Anfisbena es la oralidad. En esta obra, intenta reproducir una dicción particular de una región de Venezuela. Bello desarrolla esta apreciación, siguiendo una perspectiva bajtiana:

Si intentáramos identificar, siguiendo el método bajtiniano, la tradición de Anfisbena, bien pudiéramos remitirnos a aquellos libros que han intentado ofrecer la ilusión de oralidad. La novela de Jonuel Brigue ofrece una imagen de la capital larense limitándose exclusivamente a mostrar un retrato sonoro de sus actos lingüísticos. Anfisbena. Culebra ciega es un libro que se aprecia más al ser leído en voz alta, e individuos con más de cincuenta años tendrán mayor capacidad de apreciar los rasgos de su humor al identificar juegos de palabras hoy en desuso.    (p. 150).

Ahora bien, ¿qué lugar ocupa el lenguaje en la obra y la vida de José Manuel Briceño Guerrero? De manera proverbial, escribirá lo siguiente: “Te llamo desde las fronteras de las palabras. Cuando la cruces callaré para siempre. Despídete. Pronúncialas por última vez. Una dimensión del ser donde no hay verbo te espera. El verbo es el hijo pródigo; regresa al silencio del padre.” (p. 51). “Mi patria es la palabra”, sentencia nuevamente. Y eso ha significado para el autor apureño: la expresión viva del hombre, el poder evocador y acendrado del lenguaje en todas sus dimensiones. La herida es la palabra. Se derrama en mundos cada vez más sombríos y más caóticos sostenidos por la ilusoria coherencia del lenguaje.

La palabra también es verbo genésico: cuando se nombra a un objeto se invoca, se revive, recibe un nuevo estatus dentro de la realidad. Al menos, ese es el sentido que recibe en Anfisbena:

“El veneno es la palabra. La consciencia mutua inmediata, la circulación de reencontrarse y compartir debió convertirse en palabra. Sutil velo los separó, la palabra mediaba. Nombres para todas las cosas, discurso articulado. No bastaba ser y tener conciencia de ser; era necesario decir. Restablecer con la palabra la comunicación interrumpida por la palabra”. (p. 101).

A fin de cuentas, ¿qué significado tiene para Briceño Guerrero el símbolo de la serpiente Anfisbena? Esta culebra edénica es también aquella que se desplazó para tentar a Adán y a Eva, aquella que los arrojó del Paraíso y les convenció de probar la manzana del árbol del conocimiento. Además, esta serpiente le ha dado al hombre la capacidad y el don de la palabra. Así lo narra Briceño Guerrero: “Yo, tu nodriza, diosa de la palabra, te dividí en dos polaridades para enseñarte a hablar. Tus dos partes han aprendido ya, se conocen la una a la otra y saben restablecer la unidad mediante la comunicación verbal.” (p. 103).  El primer veneno de Anfisbena, según Briceño Guerrero, es la palabra.

Anfisbena, por tanto, no es una obra que se deshace de la herencia, pero tampoco la recibe servilmente y sin cuestionamientos: es una obra de transición entre la modernidad y la postmodernidad porque la  formación clásica de Briceño Guerrero se articula con técnicas intertextuales, con estrategias verbales que ocupan un orden inédito dentro de su discurso: transgreden los límites de los géneros literarios y el lenguaje. Por esta razón, recobra su fluir espontáneo.