‘La palabra del mudo’ de Julio Ramón Ribeyro

Publicado: 4 octubre 2020 a las 11:00 pm

Categorías: Arte y cultura / Literatura

Observaba el mundo con gran curiosidad, Ribeyro posaba su mirada en todo: imágenes, escenas cotidianas, anécdotas, experiencias propias.

Hace poco que conocí a Julio Ramón Ribeyro, y cuando digo “conocer”, me refiero al escritor a través de su obra, a Julio, posiblemente, quien sabe, lo vi, quizá nos saludamos en otras realidades. Nació en Lima, Perú a principios del siglo pasado (1929) y murió el año que recibió el Premio Juan Rulfo (1994). Tal vez tenga que recurrir a la imaginación para describirlo, tal vez tenga que recurrir a sus cuentos para hablar del escritor, tal vez ambos…

Veo las fotos publicadas en algún periódico limeño que le rindió homenaje, y parece que era pequeño o de estatura media; eso sí, flaco como una rama seca, hombre enjuto de sonrisa franca, mirada nostálgica, pero inteligente.

Me imagino que Ribeyro era una persona, tal vez callada, tal vez no, pero sí bastante observador. Mirada de escritor, es decir se concentraba en detalles que para el resto de las personas pasaban desapercibidos. El mundo que le rodeaba era observado con bastante curiosidad, Ribeyro posaba su mirada en todo: imágenes, escenas cotidianas, anécdotas, experiencias propias o ajenas, situaciones cómicas o crueles o extrañas, y todo esto le servía de inspiración para escribir sus cuentos.

Esta mañana releía la introducción que realizó este escritor a La palabra del mudo, libro dividido en dos volúmenes que recopila toda su obra cuentística. Se me quedaron grabados dos momentos específicos de esta lectura, el primero cuando este escritor recuerda a los jóvenes que está bien escribir lo que está sucediendo en ese momento, pero, les recomienda, que no se olviden que las obras literarias son anacrónicas. El otro momento es cuando el escritor expresa que sus cuentos son el reflejo de su vida y del mundo que le rodeaba, y a mi parecer no se enfocaba en temas o situaciones específicas de su vida, sino en la variedad. Anacronía y variedad temática, dos características que describen a la perfección la cuentística de este escritor.

Las historias de sus relatos son atemporales, pudieron suceder en los años cuarenta o en los cincuenta como también en nuestra época actual. Creo que por eso se mantienen frescos cuando el lector los lee.

Si tuviese que clasificar estos relatos tendría que recurrir a algunos términos que utiliza la crítica literaria, aunque la intención final es diferente. Mi intención es muy subjetiva, mi intención es compartir con el lector por qué disfruté cuando leí estos relatos. En la narrativa de Ribeyro hay cuentos realistas, otros fantásticos o inexplicables, están aquellos donde se yuxtaponen lo real y lo inverosímil, otros son irónicos, hay algunos que ridiculizan a los protagonistas o las situaciones en las que se encuentran. Hay algunos cuentos que son extraños, más oníricos o con sentido ocultista.

La palabra del mudo

Ribeyro en la introducción a La palabra del mudoexplica que:

En la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias.

Incluso en una entrevista expresó que el relato Vida gris es el padre de todos sus cuentos, porque éste representa a cabalidad lo que en su posterior obra realizó; el protagonista de este relato es un tipo mediocre, tímido, como el de varios de sus cuentos posteriores. La verdad no me cabe en la cabeza ese intento kafkiano de Ribeyro de pretender pasar por inadvertido, sus cuentos son increíbles, precisamente porque narra de manera extraordinaria situaciones ordinarias.

¿Qué se podría crear con la palabra “no”? Es decir, no es blanco, no es negro, no es bueno, no es malo, no resalta, ni tampoco es objeto de burla. Si se tiene la inventiva del escritor peruano se puede crear un personaje que es nada. Así es Roberto, el protagonista de la Vida gris; un ser mediocre, una vida mediocre…

El único hecho prominente de su vida fue un terminal que agarró en el sorteo de Fiestas Patrias: obtuvo quinientos soles. Era justo que esto sucediera en su existencia: de lo contrario su vida habría sido tan absolutamente mediocre que se hubiera convertido en un caso interesante, excepcional de mediocridad, y, en consecuencia, hubiera dejado de ser mediocre, puesto que ya era interesante.

Ya era interesante, así viviendo una vida vacía, una vida que hace una oda a la palabra “no”. No esto, no aquello, no nada. Así es Roberto. Una vida mediocre que se convierte en extraordinaria a través de las palabras de un buen narrador.

Y si de simplezas hablo, mejor dicho, historias bonitas de gente simple no podría olvidar cuán importante es que una mujer se sienta bien consigo misma, «uno no se imagina todo lo que significa un vestido en la vida de una mujer». Mucho más si esa mujer sólo viste un vestido raído color mostaza. Angustias la protagonista de Los españoles, no es que sea como Roberto, una negación, más bien es el recordatorio de una belleza juvenil que languidece en manos de la pobreza. Tal vez, si Angustias hubiese conocido a Roberto se habrían enamorado porque ambos se asemejan en su simpleza, ambos son seres sin voz.

¿Por qué Ribeyro se interesaba por estos seres antihéroes? Porque son la mímesis de lo cotidiano. Una mujer de ojos celestes, pálida como su vida, con tan sólo un vestido mostaza que usa hasta el cansancio conoce el amor, y el hombre que la pretende quiere formalizar ese romance, pero ella no puede asistir a la fiesta porque sólo tiene el vestido color mostaza. Mímesis de lo cotidiano: un estúpido y testarudo orgullo puede determinar el futuro de una persona, en el caso del relato, en la vida de Angustias. Tal vez no un final de cuento de hadas, tal vez sólo ver, por un instante, a la mujer del vestido raído color mostaza, transformada, transformada para los otros personajes y para la imaginación del lector:

Comprobamos que nuestra pobre pensión de Lavapiés había sido visitada por una reina. Angustias estaba delante del espejo, peinada, enjoyada, contemplándose sin reposo, incrédula aún, lagrimosa aún, pero irradiando un brutal resplandor de felicidad.

Una reina sólo para nosotros, no para el amante, pero para nosotros. Cuentos simples de gente sencilla, pero tienen algo, una esencia especial que agradan, que seducen por las palabras con las que fueron escritas.

Lo inexplicable o lo fantástico

Sin embargo, no todos los personajes de Ribeyro atraviesan situaciones simples y cotidianas como Roberto o Angustias, sino hay otros que experimentan lo inexplicable.

El doble que vive en las antípodas o el doble como desdoblamiento de uno mismo, me quedo con el segundo, me gusta mirarme a mí misma, pero ¿mirar mi propia muerte? una interesante curiosidad que surge en algunos, no muchos, más bien pocos de los relatos de este escritor.

Era una mancha de sangre. Estaba seca; sin embargo, algo había en ella de viviente que lo succionaba y lo retenía con una fuerza inexplicable. Se incorporó para mirar más adelante y pudo observar otras manchas similares que se iban disgregando al azar, como un archipiélago visto desde el aire.

Tal vez la sensación de extrañeza del protagonista de La huella ante el reguero de sangre, su propia sangre, nos recuerde esos momentos tan dramáticos que tratamos de negarlos, es como si este cuento dijese: “esto no me puede estar sucediendo”, pero la huella de sangre es el testigo tangible del hecho… Un desdoblamiento, tal vez el último, el que nos conduce a nuestra propia muerte.

Un acto de crueldad inverosímil, pero sucede dentro del mundo ficcional de este otro cuento inexplicable: La careta. En la Fiesta de la Risa del marqués, los invitados llevan puestas caretas que simulan grandes sonrisas, entre ellos se infiltra Juan con el rostro pintado y mostrando su verdadera sonrisa, pero ¿qué pasa cuando esa sonrisa se congela y ya no quiere desaparecer? «¿No ve que ya es hora de ponerse serio? —y, dirigiéndose a la concurrencia, exclamó—: ¡A este rebelde quítenle todos la careta!», pero nadie se percató que esa sonrisa es auténtica no fingida como de los otros invitados…

Juan comenzó a reírse de veras porque, de pronto, todo le pareció un juego comiquísimo. Hasta que sintió un instrumento cortante que le tajaba la frente y le corría por la sien. Toda precaución fue tardía. Antes de que pudiera oponerse, sintió que le arrancaban la piel de un solo tirón.

Crueles e inexplicables. Existen otros relatos que cuentan sucesos cotidianos, pero por la manera en cómo son narrados parecen relatos de ciencia ficción o fantásticos. Eso sucede con La molicie. Si el lector ignorase la definición de esta palabra y le siguiera el juego a Ribeyro, nos encontramos con un relato de apariencia irreal:

Mi compañero y yo luchábamos sistemáticamente contra la molicie. Sabíamos muy bien que ella era poderosa y que se adueñaba fácilmente de los espíritus de la casa. Habíamos observado cómo, agazapada en las comidas fuertes, en los muelles sillones y hasta en las melodías lánguidas de los boleros, aprovechaba cualquier instante de flaqueza para tender sobre nosotros sus brazos tentadores y sutiles y envolvernos suavemente, como la emanación de un pebetero.

La molicie o pereza que ocurre, especialmente en días calurosos, como en verano, pero en este cuento esta sensación se convierte en un ser con vida propia, un ser monstruoso contra el que se debe luchar. Y así va transcurriendo el cuento, los personajes luchan con todas sus fuerzas contra la molicie, pero ésta es un monstruo que va creciendo y haciéndose más fuerte mientras el verano se intensifica, hasta que la lucha de los dos hombres se hace insostenible: «No corría un aliento de aire y el tiempo detenido husmeaba sórdidamente entre las cosas. En estos días, mi compañero y yo comprendimos la vanidad de todos nuestros esfuerzos».

Realmente a través de las palabras se siente el calor sofocante, y deviene la pereza, la molicie…

Entonces, desplomándonos en nuestras camas, oyendo cómo nuestro sudor rebotaba sobre las baldosas, decidimos nuestra capitulación. Al principio llevamos la cuenta de las horas (un campanario repicaba cansadamente muy cerca nuestro, ¿quién lo tañería?), la cuenta de los días, pero pronto perdimos toda noción del tiempo. Vivíamos en un estado de somnolencia torpe, de embrutecimiento progresivo. No podíamos proferir una sola palabra. Nos era imposible hilvanar un pensamiento. Éramos fardos de materia viva, desposeídos de toda humanidad….

El humor de Ribeyro

Hay momentos divertidos cuando se lee a Ribeyro, estos cuentos no son solamente melancólicos, sino una combinación muy bien lograda entre los momentos serios y los de risa. A veces me reía mucho cuando leía las descripciones realizadas a algunos personajes o de los sucesos en los que se encontraban. En otras ocasiones, se me dibujaba en mi rostro esa media sonrisa provocada por esas situaciones irónicas que no sólo te hacen reír, sino reflexionar.

Hasta el título de Te querré eternamente es irónico. Hay una ironización de las relaciones amorosas, por un lado, en el protagonista, el anciano chileno que había vivido treinta años en Europa junto a su amada esposa Alicia, y por el otro como una pequeñísima historia secundaria, el amorío adolescente del marinero.

¿Quién era Alicia? No lo sé bien. Solo recuerdo –porque a fuerza de beber mi atención se relajó– que me habló apasionadamente de un gran amor, pleno de comprensión y de talento, de aquellos que explican la vida y la perdonan, irregular como todos los grandes amores, prodigador de dicha y de amargura, y que marchó irremediablemente hacia una catástrofe terminal: después de haber vivido treinta años juntos, Alicia había muerto y ahora, sin estímulos ya, deshecho, el enlutado regresaba a su país a enterrar a su amante y a morir.

Pero, ¿qué pasa con ese gran amor? Tanto el narrador como el viudo viajan en un barco desde Europa a Latinoamérica, y en ese transcurso de días el hombre viudo cambia de opinión y de sentimiento. Y aquí la ironía a través de la ridiculización:

Todo esto no podía tener sino una explicación y esa noche la encontré cuando, aprovechando la confusión, me deslicé hasta primera para presenciar el baile de disfraces. Me costó distinguirlo entre tanto mamarracho. Pero estaba allí, vestido de pierrot, bailando con una especie de cetáceo, en la cual reconocí a la más vieja de las deidades marinas. A mitad del baile salieron a la cubierta y pasearon cogidos de la mano, trémulos, dándose besos furtivos. En la parte oscura lo vi arrodillarse y extender los brazos como si recitara un poema o se declarara en alejandrinos mientras la ondina, emocionada sin duda, le acariciaba la cabeza con una de sus aletas.

Es como que el narrador mostrase su desprecio por el anciano y su tan apresurado cambio de opinión. A través de la ironía Ribeyro muestra lo complejo que es el amor, la historia secundaria es la del marinero, quien lleva tatuado en su brazo: «Me la pagarás, Guiselle», cuando el narrador le pregunta el motivo del tatuaje, el interpelado sólo le dice que es el recordatorio de un «amor banal» de la adolescencia, pero si fue tan banal, ¿por qué llevarlo todo el tiempo como recordatorio? Hay ironía en esa pequeña historia, el marinero del tatuaje afirma que fue algo sin importancia, pero parece que en realidad fue todo lo contrario.

Junta de acreedores tiene una historia triste, unos acreedores que representan a diferentes empresas van a la tienda de don Roberto para declararle las deudas contraídas con cada uno de ellos. Se divisa todo un juego de poder entre ellos y don Roberto. No obstante, es interesante lo que hace el narrador en este cuento porque el lector se ríe de estos acreedores.

Una manera de mostrar la superioridad de éstos frente al tendero es que se ríen de chistes tontos que solamente ellos entienden, como si, de cierta manera, se alegraran de la desgracia de don Roberto, pero el narrador, apiadado del deudor, los ridiculiza cuando los describe y quienes nos reímos de ellos somos los lectores. Así como en un momento don Roberto se burla de la apariencia de su peor adversario, el hombre que le hizo una competencia desleal, y que gracias a él lo perdió todo: «Don Bonifacio otorgaba créditos y además era panzón, completamente panzón… Don Roberto se aferró a este detalle con una alegría infantil exagerando mentalmente el defecto de su rival, hasta convertirlo en una caricatura». La ridiculización como el subterfugio para relajar una situación tensa. Risa y seriedad, un poco de las descripciones caricaturescas de los acreedores:

Sin conocer nada de sus vidas, los detestaba íntimamente. Él no era hombre de sutilezas para hacer diferencias entre una empresa y sus empleados. Para él, ese hombre alto y de lentes era la compañía Arbocó en persona, vendedora de papel y de cacerolas. El otro hombre, porque era adiposo y parecía bien comido, debía de ser la fábrica de fideos La Aurora, en chaleco y sombrero de hongo.

Y después se refiere a cada uno de ellos como si fueran sólo una extremidad de la empresa que representan. El hombre gordo es la fábrica de fideos, el alto de gafas, la fábrica de papel, igual sucede con el de la fábrica de cemento y la de los caramelos. También hay un personaje de origen extranjero que tiene una denominación divertida, pero esta vez dicha por la fábrica de papel: «–Según los documentos que tengo en mi fólder, el que falta es Ajito. ¡A-j-i-t-o, así como suena! Es un japonés del Callao». Ajito es el único personaje que apoya al vendedor en quiebra, el único que respeta el dolor por el que está atravesando.

Risa y seriedad, interesante combinación. El banquete es otro de esos cuentos de final gracioso, no quiero contar de qué trata este cuento porque sería una aguafiestas si cuento el final. Lo que es gracioso es que la pareja de protagonistas queda como un par de tontos por no medir su ambición desmedida. Por subir de status social no les importa a quién tengan que adular, o qué tienen que hacer para alcanzar sus tontas ambiciones, pero todo ese ‘esfuerzo’ no sirve de nada porque al final impera el azar que lo desbarata todo. Eso me parece muy gracioso, ¿de qué sirve toda esa degradación, si al final no se consigue nada?

Ya estoy por acabar este escrito y me doy cuenta que hay otros cuentos que ni siquiera los pude mencionar, entre éstos se encuentra Los gallinazos sin plumas. Un relato más realista que los nombrados anteriormente, cuento realista marginal, triste y cruel, pero de final feliz. Dos niños pobres que esculcan las basuras no para sobrevivir, sino para alimentar al cerdo que es criado y mejor tratado que ellos por su abuelo. El periódico El Comercio de Perú en el homenaje a este escritor creó una animación de los dos niños, de los gallinazos sin plumas. No puedo dejar de enternecerme cuando veo esos dibujos, me alegré al verlos y que junto a ellos está el perro que los acompañaba en sus proezas matutinas. Empecé con la imaginación para describir a Ribeyro y termino adentrándome en la ficción, en la mía, me imagino paseando por las calles míseras de Lima junto a estos dos niños, disfrutando un poquito de libertad… y escuchando que me susurran secretos de su creador.

Fotografía superior: Julio Ramón Ribeyro en Miraflores, 1959. Autor: Baldomero Pestana. Fuente: Gabriel Rimachi Sialer.

 

 

 

 

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