Publicado: 30 marzo 2021 a las 11:00 pm
Categorías: Arte y cultura / Literatura
Las lenguas son sistemas de comunicación vivos, sujetos permanentemente -como toda expresión cultural- a procesos de cambio, adaptación y estabilización. En el caso de la lengua española, esta fue trasplantada a América por los primeros contingentes de conquistadores hispanos que alcanzaron Tierra Firme a fines del siglo XVI, en boca de quienes comenzó a propagarse rápidamente desde la región antillana hacia el resto del continente. La composición demográfica de estos grupos de adelantados resultó determinante en la fisonomía que terminaría adquiriendo el español a este lado del Atlántico: la presencia mayoritaria de población andaluza imprimió al habla americana los rasgos característicos de ese dialecto que hasta hoy la identifican frente a la modalidad peninsular.
Durante el período colonial, la lengua hablada por los habitantes de Chile fue adquiriendo sus propias particularidades, rasgos fonéticos, sintácticos y léxicos que la diferenciaron de las demás variedades de español que cristalizaron en otras regiones hispanoamericanas. El aislamiento geográfico del territorio chileno y su condición relativamente marginal respecto de los centros de irradiación cultural, restaron fuerza a la influencia de los modelos de prestigio vigentes en ciudades como Lima o Madrid, facilitando, en cambio, el desarrollo de ciertos usos propios del habla vulgar. El prolongado contacto cultural entre españoles e indígenas se dejó sentir especialmente en el plano léxico, con la incorporación de un considerable repertorio de voces de etimología mapuche y quechua a la lengua criolla. Para la época de la Independencia, las principales características estructurales del español de Chile habían quedado ya establecidas; pese a ello, ciertos usos lingüísticos y ortográficos aún no estaban del todo afianzados, por lo que el empleo de algunas palabras, su pronunciación y su escritura continuaron mostrando un comportamiento vacilante.
Hacia mediados del siglo XIX, el creciente arraigo de la imprenta, la incipiente articulación de un sistema de instrucción pública y la fundación de instituciones clave en el desarrollo de la cultura nacional -como la Universidad de Chile- generaron un contexto propicio para la fijación de una norma estándar, es decir, de una variedad de lengua convencional, entendida por todos los hablantes de la comunidad, utilizada en el ámbito público y en la enseñanza escolar. Crucial dentro de este proceso fue la figura de Andrés Bello, quien en 1847 publicó su Gramática de la lengua castellana, texto prescriptivo que, al establecer el modelo de lengua culta que prevalecería en el país, puede ser considerado como la más influyente herramienta de política lingüística implementada en la República.
La preocupación de la clase intelectual chilena por fomentar el desarrollo de una identidad cultural propia para la Nación en ciernes dio pie a las primeras discusiones que problematizaron públicamente las singularidades del habla chilena frente al canon peninsular. La famosa controversia filológica de 1842 fue el hito que marcó la germinación de una conciencia lingüística entre los chilenos y que preparó el terreno para las primeras publicaciones relativas al español de Chile que aparecieron a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, fundamentalmente bajo la forma de manuales de “vicios del lenguaje”, gramáticas y catálogos de voces de uso diferencial. En esta línea, Zorobabel Rodríguez (1831-1901) publicó en 1875 el primer Diccionario de chilenismos, trabajo de intenciones pedagógicas que dio inicio a la producción lexicográfica nacional.
Pese a estas tentativas preliminares, no fue sino hasta fines de ese siglo, con la llegada al país del filólogo alemán Rodolfo Lenz (1863-1938), que la Lingüística se inició en Chile como disciplina científica. Sus investigaciones de enfoque descriptivo y el exhaustivo trabajo de campo que realizó por décadas fueron un aporte fundacional para el conocimiento del español hablado en Chile, de la literatura oral criolla y de la lengua mapuche, y crearon escuela en el medio académico nacional. Continuador de esta tradición fue Rodolfo Oroz (1895-1997), lingüista que desde 1930 se dedicó a estudiar las particularidades del habla chilena, expuestas in extenso en su obra de referencia obligada La lengua castellana en Chile (1966). La investigación lingüística contemporánea ha tenido entre sus más destacados exponentes a Ambrosio Rabanales (1917-2010), cuyo enfoque de los estudios gramaticales tuvo amplia repercusión en todo el ámbito hispánico.
Fuente:http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3525.html
Fuente de la imagen: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-68863.html
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