Publicado: 13 diciembre 2020 a las 3:00 pm
Categorías: Literatura
Por Pablo Luque Pinilla
Alejandro abre su armario. Un vestuario en desorden se interpone entre él y su deseo de encontrar algunas cosas. Esa ropa que busca y con la que se viste por fuera y se desnuda por dentro, pues a menudo la indumentaria que llevamos es la cartografía de nuestra personalidad, y en el caso de Alejandro el tópico se cumple ―y ya se sabe que los tópicos lo son porque funcionan―. Un ajetreo de manos como hocicos impacientes se abre paso entre la anarquía de las prendas que por allí se arremolinan, conformando una viñeta surrealista. Acaba hallando una camiseta, no exactamente la que quería, pero que da por buena, pues su rostro a estas alturas es un pozo que se inunda de una ira creciente y se desagua en un caudal de improperios que sofoca en la puerta de los labios, no sin antes sentirse bastante contrariado. La escena ―porque ha sido todo un monólogo interior con tintes de melodrama, ay― le ha convencido de que tiene que hacer algo con la organización de su armario y su mesilla, para evitar estos episodios, que en los últimos meses se han hecho demasiado recurrentes. Utiliza, para ayudarse, un método del que le han hablado algunos amigos. La inventora, una japonesa, ha escrito incluso varios libros sobre el asunto y en la red hay muchos vídeos e infografías que lo explican. Saca todo; identifica lo que no usa; lo aparta para dar, vender o tirar; organiza por tipos lo que se pone y lo guarda cuidadosamente. Por último, se propone mantener la nueva colocación día tras día.
Este sencillo ejemplo cotidiano nos trae al primer plano de nuestras cavilaciones un asunto muy presente en el contexto de la oferta formativa actual, en gran medida impartida en internet. Nos referimos a las tan traídas y llevadas habilidades que, como el método que ha seguido Alejandro, pueblan los catálogos de cursos en línea. No se trata de escudriñar aquí hasta qué punto algunas de estas propuestas son pertinentes para corregir malos hábitos, entreabrir el entendimiento a nuevas perspectivas, y fomentar la reflexión y el debate sobre temas que con frecuencia damos por supuestos. Su conveniencia dependerá, además, de la persona, el caso, y la finura y sensibilidad del material didáctico del que se trate, qué duda cabe. Lo que nos ocupa es una reflexión a propósito de este guiso argumental que siempre me ha interpelado, y que parte de una aseveración de origen medieval, a menudo mal atribuida a San Agustín ―o, al menos, no hay prueba que ratifique su pertenencia al inmortal obispo de Hipona―, que reza: «Serva ordinem et ordo servabit te» («guarda el orden y el orden te guardará a ti»), y que es acorde con toda una tradición antigua que defiende el ordo o modus (‘medida’, no exactamente ‘orden’), según me chiva Beatriz, una buena amiga que enseña literatura latina y tradición clásica en la Universidad. Porque ante tan certera afirmación, y siempre que se extrapole al orden general que gobierna lo real, cabe añadir preguntarse si lo que va antes es el orden que se guarda o el orden primero y anterior de cuanto existe. En definitiva, se trata de sopesar si muchas de estas habilidades, fundamentalmente las más apegadas a las cuestiones motivacionales y, sobre todo, a las emocionales, no deberían confiarse, antes que nada, al bienestar de la persona en su conjunto, lo que pasa por el compromiso de cada individuo con los aspectos que otorgan mayor sentido a su quehacer. Que, en suma, le permiten estar en contacto con el equilibrio primigenio al que tendemos. Porque lo contrario se nos antoja empezar la casa por los escombros ―o por el tejado, como se habitúa a decir―. No en vano, es frecuente encontrar estas formaciones plagadas de decálogos imposibles de recordar ―no digamos ya de llevar a cabo― que antes nos embrollan y esclavizan que solucionan los males que pretenden redimir. Sin embargo, un remedio que se inspira en la asunción de nuestra forma de ser y sentir, y la afirmación de lo que nos estimula supone un acicate de partida duradero para cualquier situación que, en el ámbito de las emociones, insistimos, pretenda enmendarse. Así, asuntos como: ¿cuáles son realmente nuestros miedos?, ¿de verdad conocemos los sentimientos más profundos ―casi siempre inconscientes― que nos influyen?, ¿qué peso damos a nuestros pensamientos?, ¿los confundimos siempre con la realidad?, ¿qué valor otorgamos al presente? se tornan interrogantes imprescindibles ante determinados retos en el contexto que venimos comentando.
Han pasado algunos meses y Alejandro ha logrado integrar en su día a día una forma de relacionarse con la nueva colocación de su armario bastante natural. Para ello, mucho más que el método que le sirvió al principio, le ha valido interiorizar que el orden en su vida ordinaria es un reflejo del trabajo sobre la puesta en limpio de su pensamiento, que a su vez le despierta las ganas de mantenerlo. Una simple circunstancia que bien podríamos extender a situaciones de mayor alcance. Lo que nos recuerda que las cuestiones más determinantes con las que lidiamos nos piden, casi siempre, un compromiso con la aceptación y estima de lo que ya somos, para lograr un terreno abonado en el que pueda escribirse bien la historia de la vida. Porque, a menudo, basta con labrar para que una siembra milagrosa germine en nuestra tierra, ciertamente creada para dar fruto, y fruto abundante.
Fuente:https://elcuadernodigital.com/2020/10/26/habilidades/
Fuente de la imagen: http://desarrollodehabilidadesdp.blogspot.com/2016/08/pinturas-reales-de-diferentes-autores.html
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