Entrevista: Crónicas desde el precipicio centroamericano

Publicado: 12 enero 2024 a las 6:00 pm

Categorías: Documentos / Entrevistas

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Por Diego Courchay

A veinticinco años de la fundación de El Faro —el icónico periódico digital centroamericano—, su director Carlos Dada reúne en el libro Los pliegues de la cintura (Libros del K. O., 2023) diez crónicas de su pluma que buscan explicar la regresión democrática de la región, que lo han llevado a él y a muchos otros periodistas al exilio.


Diego Courchay: Fundaste El Faro, el primer periódico digital de Centroamérica, en 1998, a tu vuelta del exilio en México tras la guerra civil salvadoreña. En 2023 el medio celebraba su aniversario en un nuevo exilio, provocado por el régimen autoritario de Nayib Bukele en El Salvador. ¿Qué se construyó en esa ventana de un cuarto de siglo?

Carlos Dada: Yo creo que el libro, o mejor dicho, los materiales que ofrece este libro, son unas crónicas que combinan dos cosas. Una es un ADN muy de El Faro, en el sentido de la mirada, el reporteo y la voz del autor, evidentemente. Pero detrás de estas crónicas está el ADN de El Faro en el método editorial, en el proceso. ¿Puede ser referencia de lo que hemos construido en 25 años? En parte, pero no es una antología. No fue concebido como si fueran greatest hits, sino como un paquete con una lógica donde la unión de estas particulares crónicas brinda un solo paisaje, a manera de explicación de qué fue todo lo que falló para que llegáramos a este momento crítico, que atraviesa toda la región, de desmantelamiento de la democracia, de concentración de poder, de vuelta del autoritarismo, y con ello del protagonismo de los cuerpos de seguridad del Estado.

C: Has lamentado en diversas ocasiones que la persecución que ha sufrido El Faro1 por parte del gobierno de El Salvador ha distorsionado la narrativa, diciendo que “No es ideal que ningún periodista se convierta en la noticia. Nosotros escribimos historias. Investigamos. No somos las historias”. ¿Cómo se mantiene el equilibrio entre visibilizar la persecución de la que es objeto El Faro y no cejar en la misión de cubrir lo que ocurre en Centroamérica?

CD: Ese es justo el desafío que estamos enfrentando ahora y que no tiene precedente para nosotros. Hemos entrado en un territorio nuevo, y aquí sí insisto: nuevo para nosotros porque es una situación por la que han pasado un montón de medios y de colegas en el mundo, incluso en El Salvador antes de la llegada de nuestra democracia. Pero para nosotros sí es algo nuevo el reto de contar nuestra historia sin dejar de contar las historias de la corrupción, las de la violencia, las del crimen organizado, las de los pactos con organizaciones criminales desde el poder, las del abuso del poder junto con la ausencia del Estado. Este es el desafío. No es que tengamos una fórmula, estamos tratando de atajarlo casi por instinto. Nos invitan a conferencias para hablar de los ataques a la prensa en Centroamérica. Creemos que tenemos una obligación de hacerlo, porque además tenemos un micrófono más visible que el de la mayoría de nuestros colegas en Centroamérica, y nos toca también hablar por ellos. Y toca multiplicarse porque no vamos a renunciar a contar las historias que creemos que es importante contar.

DC: En tu introducción anuncias que este es el libro de una región al borde del precipicio. Los textos, publicados entre 2010 y 2021, surgieron del desencanto y describen el período del fin de la esperanza ante la dilución del proyecto democrático en el centro del continente americano. ¿Cómo fuiste hilando los puntos que advertían la catástrofe?

CD: He estado dándole vueltas a explicaciones de qué nos trajo a esto, porque, al menos en El Salvador, nos tomó por sorpresa. Creíamos que teníamos un país con mayor institucionalidad política y democrática que los demás de Centroamérica. Pasamos toda la guerra gobernados por ARENA y el FMLN,2 que más o menos se repartían en iguales porcentajes la base electoral, y lo que decidía el triunfo de uno o del otro era el 40% que quedaba en medio, indeciso. Creíamos que todos estos vaivenes autoritarios en Guatemala, el golpe de Estado en Honduras, que todo eso no podía pasar en El Salvador. El fenómeno Bukele nos tomó por sorpresa, pero como digo en la primera frase de la introducción: nada de esto surge por generación espontánea. Hay una explicación, y en la reflexión de esa explicación volví a esos materiales publicados y me dije que, en conjunto, podría aventurarme a buscar lo que nos pasó. Fui seleccionando las crónicas que mejor ilustraran eso, a pesar de que todas fueron hechas a distintas velocidades. El resultado es Los pliegues de la cintura.

DC: En 2021, en la aceptación del premio Antoni Traveria, evocaste la advertencia de Octavio Paz en 1984. Lo cito: “Höderlin ve a la historia como diálogo, sin embargo, una y otra vez, este diálogo ha sido roto por el ruido de la violencia o por el monólogo de los jefes […], el monólogo anula al otro”. Esa frase parece hacer eco de la vocación presente de El Faro que, has dicho, se enfrenta a “la persecución de un régimen que necesita silenciarnos. Lo necesita porque una parte fundamental de su estrategia política es imponer una sola narrativa”.

CD: Ese es el discurso que Octavio Paz dio en la Feria de Frankfurt,3 y que marca su distanciamiento con la izquierda. La izquierda no le perdonó ese discurso. Yo creo que al calor de aquellos años, se lee muy distinto a como se lee hoy. En aquel momento se leyó por muchos sectores casi como una traición. Hoy se lee como una clarividencia, pues la historia le terminó dando la razón a Paz. Para mí Octavio Paz ha sido una revelación ya adulto, porque cuando yo era joven, en México, el mundo político nos obligaba casi a escoger entre Paz y Carlos Fuentes, y era más por afinidades ideológicas que literarias. Tardé más en dejar entrar a Paz. Y me deslumbra. Me parece el mayor genio literario que ha dado México.

Yo regresé a ese discurso porque cuando me metí a ver Nicaragua —yo me considero centroamericano, no salvadoreño, considero que Nicaragua también es mi patria—, siguiendo el proceso nicaragüense, buscando dialogar con otros textos, me encontré primero con un ensayo extraordinario de Octavio Paz sobre Rubén Darío. Él habla de Rubén Darío como el gran reformista de nuestro idioma. Ahí hallé la entrada de Octavio Paz a Nicaragua. Y siguiendo con esos textos que yo buscaba sobre ese país, me encontré con otros dos que me fueron particularmente interesantes. Uno es La sonrisa del jaguar, de Salman Rushdie, y el otro es este discurso de Paz tras ser premiado en Frankfurt. Viendo ahora ese texto de Paz me pareció que me seguía hablando, que no hablaba de un tiempo pasado, que hablaba de un tiempo que no se ha ido en nuestra región, de los intentos de monólogos desde el poder. Y por eso me parece un texto que tiene una vigencia absoluta.

DC: El título de tu libro, Los pliegues de la cintura, se refiere a los pliegues donde transcurren muchas de tus crónicas, esos lugares lejos del centro y de las narrativas. Aunque a menudo en el centro del horror. ¿Qué dictó esa búsqueda de lugares donde no llegan los reflectores? ¿Cómo los encontraste?

CD: Parto por la obviedad: cuando hice cada uno de esos textos no los pensaba como un conjunto. Los pensaba cada uno como su propio universo. Por tanto, no es que busqué deliberadamente todos estos lugares que me dieran una imagen de los pliegues. Como también es una obviedad, cada crónica ha ido surgiendo, o cada lugar ha ido surgiendo, por distintos motivos, que son una combinación de ciclos históricos con intereses y miradas personales.

Es más fácil concluir a posteriori que uno va buscando esos pliegues, aunque no haya sido una intención deliberada cuando fui a hacer esos caminos. Por ejemplo, en Nicaragua fui a cubrir una revuelta. Eso es más evidente, más inmediato a lo que tradicionalmente entendemos como periodismo: había una revuelta, me fui, tomé un avión, y me quedé. Creo que el verbo quedarse es importante en este oficio, lo cual me permite contar la revuelta y luego contar la derrota.

En otros lugares las cosas se fueron cocinando más despacio. En “Por aquí pasó Berta Cáceres”, por ejemplo, yo tenía mucho interés en conocer de manera más metódica esa Honduras profunda. Pensaba que seguir los pasos de Berta Cáceres,4 los pasos de ese conflicto que revelaba tantas cosas de esa sociedad, me permitiría lograr eso. Fue origen de mi ingreso a Honduras, y a partir de esa crónica vino después la conexión con la otra, “La finca de animales”, con la que abro el libro, y que partió de las observaciones que fui haciendo en el terreno durante la investigación de “Por aquí pasó Berta Cáceres”. Y de “La finca de animales” deriva el cierre del libro: “El cacique de Colón ha perdido su fuero”, que es además cronológicamente la última de las crónicas presentes en este libro.

Hay una conexión entre ellas que te la va dando el ir caminando en el terreno. Para mí caminar es otro verbo fundamental en este oficio. Esos caminos te van enseñando otras cosas que a lo mejor no te sirven para esta crónica porque tendrán su propio peso si tenés oportunidad de revisitarlos.

DC: Berta Cáceres y el cacique de Colón son algunos de los individuos que van poblando estas crónicas. Tratas temas muy complejos, como la corrupción, el narcotráfico, la violencia, la desagregación social, y una de las formas mediante las cuales logras transmitir estos temas es encontrando personajes que encapsulan un proceso entero, o encarnan una crisis, o te regalan una confesión que lo dice todo. ¿Cómo reconoces esos individuos que prestan su rostro a los fallos de toda la región?

CD: Es más fácil reconocerlos que encontrarlos o sentarlos para que hablen con uno. Yo creo que la introducción cuenta un poco el proceso respecto al cacique de Colón. Surge de un proyecto conjunto que hicimos con el Consorcio Latinoamericano de Investigación Periodística, sobre 50 años de la guerra contra las drogas declarada por Estados Unidos. Yo ya había publicado textos sobre la historia del narcotráfico en Honduras, la historia del fracaso de esa guerra en Honduras. Entonces dije que de Honduras lo que habría que hablar es de cómo se vive cotidianamente en una región controlada por el narcotráfico y no por el Estado. Eso es lo que me interesa. Y me dijeron: adelante, ¿qué es lo que tenés en mente? Y dije Colón, el departamento de Colón en Honduras, el departamento de los narcos. Es la entrada de las drogas, es donde viven los capos. Quiero ver cómo se vive ahí. Entonces me fui a Tocoa, la capital de Colón, y a Trujillo; eran mis dos lugares para ir. Hice algunos contactos ahí, tenía la esperanza de hablar con el diputado Nájera, pero no pensé que… eso estaba más en el universo de lo posible que de lo probable, digamos. Me sorprendió mucho cuando me contestó la llamada y estuvo dispuesto a hablar. Me sorprendió más encontrarlo… como lo encontré a las 10 de la mañana, tomando vino en una alberca con vista al Caribe. Y entonces la crónica cambió, por supuesto. La crónica iba a ser más sobre el lugar, pero de repente tenés un personaje que encarna muchas cosas. Que te simplifica la tarea de explicar algo tan complejo como la vida en ese lugar.

CD: Hablando de personajes, en tu introducción citas al escritor sueco Stig Dagerman, que dice: “El sufrimiento merecido es igual de duro que el inmerecido, se siente igual en el estómago, en el pecho y en los pies”. Con ello subrayas una faceta ética de tu labor: cada personaje es una persona, una historia única labrada por circunstancias y que debe ser retratada como tal. ¿Cómo aplicas este credo al hablar tanto de víctimas como de victimarios, de élites corruptas como de los olvidados a quienes das voz?

CD: Una de las primeras cosas que aprendí cuando empecé a caminar, o a salir a la calle, es que ser víctima no es una condición humana, tal como solemos verla. Nosotros solemos identificar a una persona diciendo: esta persona es una víctima. No, esa persona no es una víctima. Esa persona es una víctima de algo. Y esa persona puede ser al mismo tiempo victimario de alguien más. Con frecuencia los encuentro: gente que tiene estas dos facetas, la de víctima y la de victimario.

Yo creo que sí es una obligación moral antes que nada ver a las personas como personas, porque si no va a ser muy difícil que conectes. Lo digo más como una aspiración que como un éxito; creo que raras veces lo logro, pero la intención está ahí. Lo que pasa es que yo también soy un sujeto y a veces me dejo llevar por prejuicios, por impresiones, por sombras más que por luces. Lo digo más como una aspiración que como un logro.

Ahora, voy a citar una anécdota que tiene que ver con el capitán Rafael Saravia.5 Esa es probablemente la crónica que más me ha costado hacer nunca, por diversos motivos. Llegó un momento en que yo sentía que no podía más con eso y se lo dije a una profesora mía en Stanford, Terry Karl, quien fue de las que me metió a este tema. Y me preguntó: “¿por qué?” Le respondí: “Mira, Terry, el capitán Saravia representa todo lo que yo abomino en mi vida. Todo lo que yo abomino lo encarna esa persona, y sin embargo siento empatía por él. Y esto me tiene muy conflictuado conmigo mismo. ¿Cómo puedo estar sintiendo empatía por una persona que ha matado a tanta gente, que ha sido tan cruel? Y mi conflicto interno es tal que no puedo más con esto”. Y me dijo Terry una frase sabia: “Lejos de conflictuarte, deberías sentirte muy orgulloso de ti mismo, porque eso es exactamente lo que te diferencia de él. Si él hubiera sido capaz de reconocer humanidad en sus víctimas, no habría podido matarlas. Deberías sentirte orgulloso de lo que estás sintiendo, de ser capaz de sentir empatía y de dejarte afectar por el sufrimiento de una persona, incluso si esa persona es el capitán Rafael Saravia”. Yo creo que esto responde a la pregunta.

DC: Pasemos entonces a Cómo matamos a Monseñor Romero, el artículo más leído de El Faro, que empiezas a escribir en 2005, cuando estás en Estados Unidos durante el juicio in absentia del capitán Rafael Álvaro Saravia, por su participación en el asesinato del Arzobispo de San Salvador. Es un reportaje que te consumió por años. ¿Cómo se vive tanto tiempo con una historia que es a la vez una obsesión profesional y un símbolo nacional?

CD: Me costó muchísimo. No sólo por lo que acabas de decir, sino por un elemento extra. Yo sentía, equivocadamente, mientras hacía esa crónica, que estaba escribiendo en piedra. Y los periodistas no escribimos en piedra, sino en papel. Me pesaba demasiado. Pensé que esa historia era demasiado grande para mí. Yo no quería escribir en piedra. Creo que tuve mucha suerte de que, contrario a lo que todo el mundo recuerda de ese material como una entrevista con el capitán Saravia, en realidad tiene muchísimo más trabajo, y así pude irlo ordenando. Con él fueron muchos encuentros, no fue sólo una entrevista. De hecho, durante los primeros tres o cuatro encuentros no me dejó grabar. Lo cual complicaba todo porque él no estaba en El Salvador, sino en una zona remota. Yo planifiqué ese material desde el reporteo de atrás para adelante. Es decir, tenía una fecha de publicación ya prescrita: el aniversario del asesinato. El 30.º aniversario de la muerte de Romero, en marzo de 2010. De ahí para atrás. Eso marcaba el tiempo para hablar todo lo que podía con este señor.

Fue un proceso de año y medio o dos años, y todas las veces que lo fui a ver sabía que no iba a hablar con nadie más que con él, porque no quería arriesgar la posibilidad de continuar hablando. De que alguien se enterara, de que él huyera, etcétera. Paralelamente fui consultando todos los documentos que pude, pero sin hablar con ninguna otra fuente viva. Todo esto me fue permitiendo ordenar ideas, ordenar pensamientos de manera mucho más eficiente, mucho más pausada, mucho más reflexiva que si hubiera sido una entrevista que hay que publicar mañana.

Cuando sé que ya no voy a volver a hablar con Saravia, me pongo una meta: a partir de diciembre tengo dos meses para entrevistar a 100 personas. En realidad, entrevisté como a 60; una tras otra, pum, pum, pum. Claro, lo que pasó es que cuando tuve todo esto, me tenía bastante abrumado esta sensación de estar escribiendo en piedra. El primer borrador me lo despreció mi colega Carlos Martínez, quien me acompañó como interlocutor. Yo regresaba de ver a Saravia, me sentaba con Martínez y conversaba para que me ayudara a ordenar ideas. Cuando vio el primer borrador, me dijo: “Esto parece un reporte policial, pues. ¿Dónde está todo lo que me has contado? ¿Dónde está ese señor que viste tan frágil, tan muriéndose de hambre? ¿Dónde está eso que pensaste cuando lo viste? No está en ningún lado. Has hecho un reporte policial. Esto no sirve de nada. Métete en el texto. Sé nuestros ojos, nuestra guía”. Y eso fue lo que dio pie a la crónica. Lo que me permitió resolver un asunto tan complejo fue todo el tiempo que tuve para hacer reflexiones y el acompañamiento de la gente de mi equipo en cuyo criterio confío plenamente. No es fácil en otros medios que alguien le diga a otro “lo que has hecho es una basura, tíralo y vuelve a empezar”, y que la persona no lo tome a mal.

DC: Retomando lo que acabas de decir, respecto a la diferencia de lo que puede ser la crónica y lo que es un reporte policial, en varias de estas crónicas empleas una estructura donde alternas escenarios, tiempos y tonos. ¿Por qué vale la pena ir más allá de la noticia y tejer una red narrativa compleja?

CD: Porque yo creo que permite un montón de cosas. Primero nos permite darles a temas tan complejos, a situaciones tan dolorosas, un mayor rostro humano. Es decir, no es que aquí hay narcotraficantes, es que aquí hay gente que vive, gente que vive como vos y yo, que se supone que tienen los mismos derechos, pero no los tienen. Esto sólo te lo permiten unos formatos más largos donde puedes asomarte más allá del simple hecho noticioso.

Por otro lado, hacer uso de herramientas literarias te permite jugar de otras maneras con el texto. Por ejemplo, “Una finca de animales”es una crónica muy metafórica. Te doy un detalle de ese mismo texto: hay un momento en que yo describo que en el zoológico hay un pequeño lago con lagartos, y en ese lago hay una pequeña isla con monos. Son monos que viven todo el día asustados porque están rodeados de sus asesinos. Es evidentemente algo que metí ahí como una metáfora de cómo vive un montón de gente en ese país: “El que se salga de la isla nos lo vamos a comer”. Este tipo de cosas no te las permite un reportaje “frío”. Yo he hecho muchos reportajes “fríos”, y las investigaciones sobre corrupción que hacemos en El Faro las hacemos en ese formato. Pero encontramos que la mejor manera de cubrir los “pliegues” es mediante el uso de la crónica. Es lo que mejor se adapta a lo que queremos contar.

DC: Acaso el texto más narrativo del libro es “Roque en Saturno”. Ahí describes la historia reciente de El Salvador mediante la analogía con Saturno, el dios que devoró a sus hijos. Es un texto que parte de una tragedia individual, y se va extendiendo hasta retratar décadas de conflictos y muertes. ¿Cómo surge la idea de relatar una historia nacional de la violencia?

CD: Ese texto fue escrito para el libro Crecer a golpes, a 40 años del golpe en Chile. Lo que quería era mirar a mi país desde ese evento —que afectó a toda América Latina— hasta la fecha. Y la única constante es la violencia. La violencia ha cambiado su naturaleza, ha pasado de la violencia política a la violencia social, a la violencia criminal. Lo que no ha cambiado es su presencia: sigue habiendo mucha violencia en el país. Y empecé a darle vueltas a eso.

Roque Dalton es uno de nuestros más grandes escritores. Es un poeta al que yo vuelvo mucho, y pensé que me podía servir de guía cuando quería tener esta perspectiva de más largo plazo. Entonces me dispuse a hacer un experimento. Ese texto es el resultado. Es un experimento en la estructura, en la narrativa, que pudo haber perfectamente fallado. El resultado es un poco más afortunado de lo que yo esperaba, pero estaba dispuesto a correr ese riesgo. Así surgió esta combinación entre los extractos de poemas de Roque con una mirada retrospectiva que juega con los tiempos y que habla de toda una generación. La única manera de intentar eso era arriesgándose.

DC: El periodista aparece en varias de estas crónicas, ya sea guiando al lector o como interlocutor de los personajes. En “Roque en Saturno” se voltea la cámara, y se vuelve un texto muy personal. Cuentas cómo fue crecer como parte de esa generación salvadoreña, y pareces escribir su epitafio. ¿Cuándo y para qué es necesario ser parte de la historia?

CD: Depende cómo lo haces. Si tu objetivo es hablar de ti mismo, eso no tiene ningún valor para nadie. La única utilidad de meterte en un material, de escribir en primera persona, es primero como un acto de honestidad: le estás diciendo al lector “esto es lo que vi, esto es lo que escuché, esta es la gente con la que hablé, te voy a decir como huele ese lugar, o como yo lo percibo”. Es un acto de honestidad, porque uno no puede abarcarlo todo. Uno puede ser honesto, no objetivo. No creo en la objetividad y es un concepto superado hace mucho.

Pero en este caso, además, si yo iba a degradar a mi generación hasta decir que básicamente es la generación más estúpida de la historia de El Salvador, pues tengo que ponerme yo al frente. Yo soy parte de esa generación de estúpidos. No me es complicado decir esas cosas. No me cuesta nada decirlo, lo puedo explicar, y lo intenté explicar en ese texto. Es una generación perdida, en ese sentido.

DC: Escribes: “Salimos de un periodo sin haber resuelto las heridas del anterior. Como si fuéramos dos atrocidades tarde mientras una nueva está en gestación”. Tus crónicas vuelven tras sus pasos para narrar el horror que siguió al horror que ya habías descrito. ¿Cómo se da con el final de una historia cuando está concatenada con la que vendrá?

CD: Había un filósofo norteamericano —de los pocos filósofos estadounidenses para rescatar en la historia de la filosofía— llamado Richard Rorty. Decía que la historia no sucede en capítulos. Nosotros la dividimos en capítulos porque necesitamos aislar para contar, porque si no sería inacabable.

Pero la historia es una narrativa continua. Claro que vendrán más horrores. Yo sigo revisitando los horrores anteriores porque creo que todavía no terminamos de entenderlos. En realidad, es una búsqueda muy personal de tratar de entender cómo llegamos a un país donde una compañía del ejército asesinó a mil personas.6 ¿Cómo llegamos a eso? Nunca lo resolvimos. No lo hemos resuelto, y creemos que la vida sigue normal. Y probablemente parte de por qué vuelven todos esos horrores es porque nunca sacamos las lecciones de lo que nos pasó. Preferimos cerrar esa herida como si por decreto se cerrara y seguir caminando. Y eso no sucede. Es decir, la masacre de El Mozote sigue teniendo un peso determinante en nuestras vidas como salvadoreños.

El escritor francés George Perec dice en uno de sus libros que vemos en las noticias, por ejemplo, un escándalo porque hay un accidente en una mina, o se escaparon gases tóxicos de ahí. El verdadero escándalo no es ese accidente en la mina. El verdadero escándalo es cómo viven esos obreros, 24 horas al día, siete días a la semana, 52 semanas al año. Ese es el verdadero escándalo. Pero los ciclos de noticias normalmente nos permiten voltear a ver la mina sólo cuando ahí hay un accidente.

DC: Dices que buscas que este sea un libro “que le ayude (al lector) a entender mejor el fracaso que nos trajo al lugar donde estamos ahora los centroamericanos: ante el desmantelamiento de nuestras democracias y su sustitución por dictaduras y proyectos populistas autoritarios”. Dado que el libro cierra en 2021, ¿hacia dónde nos estás llamando a que pongamos la mirada?

CD: Ahorita Centroamérica —y buena parte del mundo— vive una crisis democrática. La democracia ya no es funcional para un montón de gente, entre otras cosas porque no encuentran que haya mejorado significativamente sus vidas. Están dando paso al populismo, a cualquiera que les ofrezca una solución —que no es una solución, ya lo sabemos— que se vende muy bien en momentos de desesperación. Que les ofrezca una solución inmediata a sus grandes problemas. Ni siquiera hemos llegado al pico del auge de ese populismo. Apenas vamos a medio camino y ya estamos viendo unos efectos desastrosos. Falta todavía. Como todo en la historia, esto también terminará. Esto también. Esta parte también terminará cuando la gente se dé cuenta que estas no eran soluciones, que eran mentiras revestidas con dulces para poder seguir concentrando poder, seguir concentrando riqueza, seguir negándonos derechos como ciudadanos. Para cuando esto termine, lo peor que nos podría pasar es que volvamos al lugar donde estábamos. No soy tan ambicioso como para pensar que mi libro va a cambiar nada, pero si alguna idea pretende dejar sembrada es “así estábamos antes. Esto es lo que dio pie a lo que estamos viviendo ahora. Cuando esto termine, no podemos volver a aquello”. Esa es la intención de fondo.

 

Diego Courchay
Escritor y periodista. Es maestro en Periodismo por la Universidad de Columbia, ganador del Robert L. Breen Fellow/Margot Adler Fellow for Innovative Journalism.

Fuente:

Crónicas desde el precipicio centroamericano