Publicado: 26 agosto 2020 a las 2:00 am
Categorías: Artículos
En México, el racismo es una realidad con la que convivimos cotidianamente, pero está normalizado. Así como el pez no ve el agua en la que nada, muchas veces no vemos el racismo en nuestra cara. Ni el que practicamos ni el que practican las personas cercanas.
El mes pasado les compartimos algunas estadísticas que muestran la asociación del tono de piel a ciertas características como decil de ingresos, movilidad social, logro académico, ocupaciones mejor o peor calificadas.
Estas representan los resultados del colorismo o racismo sistémico que experimentamos cotidianamente y que reproducimos todes. Como en el caso de la desigualdad de género, hay un sistema de prácticas que favorecen a algunas personas y significan desventajas para otras, al extremo de que algunas puedan ser privadas de la libertad de forma injustificada o asesinadas sin mayores consecuencias. Pero este sistema está hecho de pequeñas prácticas casi insignificantes y mínimas que suceden todos los días y sobre las que es importante reflexionar para poder percibirlas y dejar de reproducirlas. En este caso, como en el de la desigualdad de género, poco importa si eres de tez morena clara, morena oscura, hombre o mujer. Así como hay mujeres que pueden reproducir prácticas patriarcales, las personas con tonalidades de piel más oscura también pueden reproducir prácticas racistas si no reflexionan sobre ellas.
Voy a presentar un ejemplo hipotético con el que tal vez puedan identificarse. Quizá cuando iban en la escuela, en sus salones, como en los míos, desde preescolar, las maestras le ponían más atención a las niñas o niños “güeritxs”. Imaginen una maestra cualquiera en un salón cualquiera, que a fuerza de ver mucha televisión, compró la idea de que las personas con piel más clara son “más lindas o más buenas”, aunque ni siquiera ha pensado sobre eso ni lo ha hecho consciente y le pone más atención a la niña “güerita” del salón, quien va a tener mejores oportunidades de salir adelante por eso y por muchas otras prácticas de muchas otras personas que la favorecen continuamente.
Seguramente todes han visto el video en el que niñxs identifican cualidades positivas con personas de tez clara y negativas con personas de tez oscura. No hace falta que se empleen locuciones como “indio” para referirse a alguien que es ignorante para reproducir el sistema pigmentocrático, pero también eso se hace con más frecuencia de la que nos gustaría reconocer. El colonialismo se ha asegurado de que internalicemos estos “valores” desde hace muchas generaciones y no hemos logrado desmontarlo. Desde luego, el racismo está muy mezclado con el clasismo y se refuerzan entre sí.
En México tiende a pensarse que la mayor parte de la población es mestiza y a desestimar prácticas de discriminación. La etnicidad es un tema delicado: a las comunidades indígenas se les ensalza míticamente como “nuestra cultura originaria” mientras son relegadas de las oportunidades de la vida urbana económicamente activa.
Recientemente se realizó una investigación de Oxfam México, King’s College London y CIDE, llamada Rostros de la desigualdad, de pendiente publicación, pero uno de los socios, Chilango, publicó No somos iguales.
Para esta investigación se les hicieron preguntas a cincuenta personas, cinco por cada decil de ingresos sobre temas diversos, para conocer sus estilos de vida y se indagó también sobre discriminación. Principalmente, se hicieron preguntas directas, en lugar de sugerir escenarios o situaciones, salvo cuando se les pregunta cómo se sentirían si se mudaran al lado de su casa migrantes de Oaxaca, Chiapas o de Haití.
El primer caso que les voy a compartir es el de Rosa, quien se identifica como Tzeltal y sus ingresos corresponden al primer decil. Vive con su marido y un nieto en una casa de madera y lámina en Milpa Alta. Llegaron hace 28 años a la ciudad de México ella y su esposo. Trabajó en un restaurante y relata: “Era mucho trabajo y sentí que fue donde me enfermé más, por los nervios. Ganaba yo 18 pesos al día en esos tiempos, era como… 2010… Lo único que me ayudaba era que me daban mi despensa allí. Yo me decía, o me pongo a trabajar por mis 18 pesos o dejo morir de hambre a mis hijos. Mejor 18”. Además de que prácticamente no le pagaban, al menos según lo que recuerda, la trataban mal. Se expresó así de sus compañeros de trabajo “los mismos meseros son bien abusivos también, cuando ya tienen muchos años trabajando”. Quizá los meseros traten mal a todas las personas que trabajen en las cocinas, pero quizá no. Quizá a todas las personas trabajadoras les pagaran tan poco en ese restaurante, pero muy probablemente no. Muy probablemente, a ella le trataron peor que a los demás.
A Rosa la han desalojado de casas en las que ha vivido dos veces y ahora tampoco tiene mucha seguridad: “Aquí compramos a 500,000 pesos, hace tres años, pero me gustó porque no me pidieron mucho enganche. Un señor que se llama Don Alejandrino, vive en San Salvador. Y estuvo muy consciente, y yo le dije, si en serio tú eres el dueño no me vayas a engañar, porque muchos ya me han engañado, a muchos les di dinero por ansia de tener un terreno para mis chicos cuando eran pequeños, pero no eran dueños del terreno. Y no quiero que me vuelva a pasar. Primero me vendieron este pedazo, luego otro cacho, y es que así cada quién de mis hijos tiene su cachito. Nada más que no me han dado los papeles, todavía. Ya cuando termine de pagar me van a dar los papeles para comprobar que él me vendió”. No podría afirmarse con plena certeza que haya sido una práctica de discriminación racial, que si Rosa hubiera sido rubia y hablara inglés, no la hubieran tratado de estafar. Pero ninguna otra de las personas entrevistadas relató haber sido estafada cuando procuró adquirir una vivienda, así como ninguna otra se había considerado indígena.
Cuando le preguntaron a Rosa cómo se sentiría si al lado de su casa se mudara una familia de migrantes de Oaxaca o haitianos respondió: “No me he imaginado. Hay muchos… pero también, si vienen es por su necesidad, si hubiera dinero nadie vendría hasta aquí, comprarían más cerca”. Lejos de discriminar, ella se siente fuera de la vida urbana, si alguien llegara a querer vivir donde ella vive, sería por necesidad.
Finalmente, cuando se le preguntó si alguna vez se había sentido discriminada, relató: “cuando te sientes más humillada es cuando te dicen: Mira es una india. Te sientes pisoteada, porque así me siento yo”. Aunque también dice que “hay gente buena que habla bonito de ti dice, ay, mira, tiene su idioma, es una india, ¿de dónde vendrá?, ¿y qué tanto dirá? Yo ahorita no me avergüenzo, tengo mi dialecto y tengo que seguir. Con mi esposo a veces hablo mi idioma, y dicen mis nietos: ¿qué dices, abuela? Les da curiosidad. Saben un poquito”.
Las demás experiencias de discriminación recuperadas no fueron tan marcadas. Nadie más se identificó con una pertenencia étnica, pero sí hubo variadas experiencias de discriminación, por ejemplo, Mary, que vive en un cuarto que renta en La Merced con dos de sus hijos, cuenta que ha ido por trabajo a Polanco y cuenta al respecto de su sensación al estar por ahí: “Pues se siente… yo me siento muy chiquita por allá”, dice, y se ríe, con vergüenza. “Me siento que porque… me siento muy sencilla y allí usted ve la gente así que… uch… va volando, ¿no?”. También cuenta que se ha sentido discriminada “Pocas veces, pero sí. La gente, donde se ven más o menos bien, siente que le van a robar. Uno es pobre, pero tampoco va a eso. Uno va a trabajar”.
Al contrario, también hubo casos en los que nos contaron las formas sutiles y no tan sutiles en que discriminan a otras personas. Cuando le preguntaron a Viviana que vive en la Nápoles cómo se sentiría si se mudaran al lado de su casa migrantes de Oaxaca o de Chiapas o de Haití respondió: “Creo que nada de desagrado, te sacarías de onda, luego luego pensarías “¿en qué está metido?”, no negarle el saludo, ni nada, pero sí se te haría extraño”.
La misma pregunta le hicieron a Enrique y a Paulina que viven en Coyoacán. Paulina nos dijo “La otra vez hablábamos de que no es común ver gente de color aquí, pero inseguros no, depende de mucho, pueden ser personas indígenas y que tengan buenos valores, personas educadas”. Y Enrique “Si de repente el vecino de arriba es de una familia indígena diría “qué chingón” significa que le está yendo bien, pero si sería extraño porque si es una cosa que no es común ver”.
Gloria, de Iztacalco, nos contó lo que escuchó decir a otras cuando se mudaron a su colonia migrantes de Oaxaca: “No me importa, acá al lado hay personas de Oaxaca. Una señora cuando recién llegaron decía que la Guelaguetza se estaba viniendo para acá, pero es poca la discriminación. Hay cada vez más gente que habla lengua indígena. No ganan mucho venden cosas a mano y eso no es muy bien pagado entonces no les quieren rentar.
Finalmente, aunque sabemos que no es fácil, Ámbar, de Coyoacán, fue capaz de percibir el trato favorecedor que recibe con frecuencia: “Y al contrario, creo que tener el pelo medio claro, fue una ventaja en este país. Suena raro, pero mi familia materna es de España y todas son muy rubias de ojos claros, y cuando estamos juntas sí he sentido trato preferencial. Sin duda somos racistas y clasistas”.
Uno de los principales problemas del racismo en México, es que se niega su existencia o se le da poca relevancia al tema. Y esas son las mejores condiciones para que el problema crezca. Necesitamos poner atención y reconocer el racismo, no de una forma abstracta y ambigua, sino reconocer cómo se presenta efectivamente en nuestras vidas. Y necesitamos decirlo en voz alta, porque callar es ser cómplices. El racismo está hecho de todas esas cosas que dejamos pasar. Nos demos cuenta o no.
#YoSoyAnimal
Deja un comentario