Arturo Pérez-Reverte: «Detesto al lector testigo. No me interesa»

Publicado: 18 octubre 2024 a las 8:00 am

Categorías: Arte y cultura / Literatura

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Por María José Lozano

Arturo Pérez-Reverte: «Detesto al lector testigo. No me interesa»

La nueva novela de Arturo Pérez-ReverteLa isla de la Mujer Dormida (Alfaguara, 2024), es un juego de ajedrez en el Egeo. Una novela compleja y completa: quien busque aventura la va a encontrar; aventura elegante, de esas de las películas de guerra inglesas de los años 40; quien busque amor lo va a encontrar, de ese construido literariamente con la pronunciación de frases memorables de doble y triple sentido donde se piensan las relaciones, los equívocos de la vida, la maldición del deseo y el destino de los hombres y las mujeres. Algo singularísimo, pues son diálogos que llenan la novela, casi podríamos decir que la sustentan, pronunciados por personajes cuya característica principal es la de ser personas silenciosas.

 

El Mediterráneo de nuevo como un personaje más es ya casi un territorio revertiano, como Alejandría lo fue de Durrell: aparece como fondo de la aventura y como el envés de la trama novelesca en La carta esférica, en Corsarios de Levante, en El pintor de batallas, en El problema final, en El italiano. En La isla de la Mujer Dormida, la aventura de unos piratas modernos enmarcados en la Guerra Civil Española librada en territorio griego es una trama exótica, como de novela de Eric Ambler, donde no faltan espías en Estambul, encuentros secretos en Beirut y una historia triste y apasionada de amor en Syros, una pequeña isla de las Cícladas. 

He acudido a la cita de Reverte en Atenas con breve pero intensa incursión en una isla cercana a la capital griega, una de las pequeñas islas del archipiélago Sarónico: Agistri, vecina de Poros y Salamina, mucho más conocidas. Allí, recortado contra el perfil de las casitas de piedra encaladas con las contraventanas pintadas de azul como un mar de fondo intenso y solitario, el novelista nos cuenta lo que para él significa la memoria, el mar, las mujeres, los libros y los héroes.

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—Ha definido usted la aventura que se narra en La isla de la Mujer Dormida como “una partida de ajedrez en el Egeo”. De nuevo, el revertiano recurso del ajedrez.

 

“El concepto del ajedrez, las piezas y sus movimientos, me dan una singular paz espiritual”

 

—Me produce fascinación. Una vez le dije a Leontxo García que en algún momento de mi vida cambié a Dios por el ajedrez y que asisto a las partidas como el que entra en una iglesia, y es verdad. Me da serenidad, me reconcilia con el mundo; el concepto, las piezas y sus movimientos, me dan una singular paz espiritual. Y además el ajedrez me lleva a mi infancia y a mi padre, que jugaba todas las tardes. Mi padre ha sido un hombre importantísimo en mi vida. El ajedrez supone para mí el primer momento en el que me asomo a un juego con reglas que él me enseña y con el tiempo encuentro que es un símil muy útil para la vida. Por eso en todas mis novelas, de alguna manera, está presente el ajedrez.

—Curiosamente, usted siempre ha dicho que niega el negro o blanco de las cosas, de la vida; que prefiere o reconoce los grises.

—Cuando descubro que la vida y el ser humano se matizan en grises, comienzo a mirar el tablero de forma diferente; con más curiosidad, si cabe, sabiendo que lo que ocurre ahí es mentira. Yo veo en el tablero cosas difíciles de explicar: contradicciones, mentiras, engaños, manipulaciones… Me resulta útil como ejemplo en negativo de muchas cosas. Es complicado de explicar y es la primera vez que reflexiono sobre esto en voz alta. El ejemplo del ajedrez me vale para decir que el ajedrez está equivocado. De tanto mirar el tablero se han ido difuminando los colores, igual que se difuminan en la vida. En definitiva, el ajedrez es un fraude, pero un fraude heroico, con reglas.

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