Literatura de bajos fondos

Publicado: 28 agosto 2020 a las 3:00 am

Categorías: Literatura

Por www.memoriachilena.gob.cl

Reverso sombrío del progreso económico y la expansión urbana, los bajos fondos representan la cara más sórdida de la vida en las grandes ciudades, un submundo marginal donde sedimenta todo aquello que la sociedad considera peligroso y decadente. Constituyen el reino miserable del hampa, donde conviven maleantes, jugadores, delincuentes, alcohólicos, vividores, cafiches y prostitutas, dándose cita en bares, billares, burdeles o callejones, con el único objetivo de sobrevivir.

En medio de esta atmósfera enrarecida brota la literatura de bajos fondos, cuyos antecedentes se remontan a la literatura picaresca que floreció en España durante el siglo XVI. En nuestro país, este subgénero comienza a tomar cuerpo durante las primeras décadas del siglo XX, debido en parte a la revalorización de motivos campesinos que promovió el criollismo con autores como Alberto Blest Gana o Baldomero Lillo, entre otros, además de algunas características de la novela social de la generación del 38. Aun cuando estos elementos han constituido una temática recurrente y transversal en la narrativa nacional -abundante en personajes de esta calaña– no existen movimientos o generaciones literarias que se hayan abocado a la descripción de la marginalidad social con tanta verosimilitud y frescura como han conseguido hacerlo ciertos autores ligados en la práctica a ese mundo.

La literatura de bajos fondos comienza a desarrollarse en nuestro país principalmente a comienzos de la década del 50, época en la que sus exponentes fueron calificados por la crítica -en su mayoría distante y peyorativa- como “malditos” o “pícaros”. Esta percepción obedecía, en buena parte, a la extracción social de algunos de estos autores, que solían provenir del mismo medio que describen en sus obras y, como consecuencia, eran identificados con sus personajes.

Uno de los primeros y más prolíficos exponentes fue Armando Méndez Carrasco, quien en 1948 debutó con un libro de cuentos titulado Juan Firula, nombre que, posteriormente, utilizaría como seudónimo para firmar sus crónicas en el diario Las Últimas Noticias. La habilidad para retratar las vilezas de sus personajes y sordidez de su entorno -que demuestra la sensibilidad única del autor para dar voz a los desadaptados- no fue suficiente para la crítica, que objetó sus temáticas y el crudo tratamiento que Méndez Carrasco les otorgaba. Sin embargo, su obra cumbre, Chicago Chico (1962) fue bien recibida por los lectores, al punto de que ha sido reimpresa una quincena de veces.

Otro autor que destacó por describir las desdichas de la vida delictual fue Alfredo Gómez Morel, quien dedicó a ello una trilogía autobiográfica. La primera entrega, titulada El Río, (1962) narra su dura infancia bajo los puentes del río Mapocho. La serie la completan La Ciudad, publicada en 1963, y El Mundo, publicada en 2012. El impacto que generó el primer volumen le significó ser publicado en Francia por la editorial Gallimard en 1974, precedido de un prólogo de Pablo Neruda, quien, entre otros calificativos, lo definió como un “clásico de la miseria”. Pese al reconocimiento que obtuvo por su obra, Gómez Morel murió en el más absoluto desamparo en 1984.

La producción literaria del escritor Luis Cornejo Gamboa también se adentra en los bajos fondos de la ciudad. Su libro de cuentos Barrio Bravo, publicado en 1955, fue el inicio de una seguidilla de siete títulos que se ocupan de escarbar de manera descarnada en la dura realidad de un cúmulo de personajes avasallados por una sociedad excluyente e implacable. Curiosamente, en su época, fue más reconocido por su participación en un spot publicitario que por ser el autor de Los Amantes de London Park (1960) o Show continuado (1987). Como si hubiera sido alcanzado por el destino de sus propios personajes, Luis Cornejo terminó vendiendo sus novelas autoeditadas en la Plaza de Armas, hasta el día de su muerte en 1992.

Además de este trío de escritores, en 1965 el escritor y dramaturgo Luis Rivano (1933-2016) -quien por esos años era carabinero- publicó la novela Esto no es el Paraíso, donde relata con lenguaje crudo y desenfadado cómo es la vida de los policías y su relación con el hampa. Desde entonces, dentro de su producción abundan las obras de teatro de línea social, cuya trama suele involucrar a personajes marginales.

Si bien son muchos los escritores que a lo largo de la historia de la literatura chilena han intentado retratar la realidad de los bajos fondos, sus personajes, dinámicas y entorno, pocos han conseguido hacerlo con la verosimilitud de aquellos que provienen de ese mismo medio. Autores que encontraron en la escritura una vía de escape a la miseria o, al menos, una manera de sobrevivir a ella.

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