Publicado: 21 noviembre 2020 a las 8:00 pm
Categorías: Arte y cultura / Literatura
Por Miguel Ángel Santamarina
El síndrome Woody Allen cuenta cómo ha sido la caída en desgracia del cineasta. Este ensayo nos explica también cómo es la guerra que se está librando en nuestra sociedad entre lo correcto y lo incorrecto. El libro de Edu Galán es una bofetada al victimismo, un manifiesto contra la estupidez y el sentimentalismo que nos invade, una reivindicación del pensamiento crítico, un alegato contra la caza de brujas que tiene lugar en las redes sociales cada minuto de cada hora de cada maldito día.
Pero pongamos el foco en Woody Allen. El creador de maravillas punk como Coge el dinero y corre, Bananas y El dormilón; el director de películas con etiqueta de obra maestra como Días de radio, Annie Hall y La rosa púrpura del Cairo; y el realizador, también, de aburridas comedias corales como Melinda y Melinda, A Roma con amor y Celebrity.
Ahora, olvidemos sus películas y centrémonos en sus miserias.
“Por qué Woody Allen ha pasado de ser inocente a culpable en diez años”. Esa es la frase que aparece en la portada de esta obra. Yo añadiría «sin tener una sentencia judicial en su contra». Antes de seguir avanzando creo conveniente poner en funcionamiento —o mejor dicho, detener— el engranaje del «Ministerio de la Verdad», y dejar claras 5 cosas que todo el mundo cree ciertas de Woody Allen y no lo son:
Seguimos.
“El síndrome Woody Allen es una invitación a la reflexión, a practicar el pensamiento crítico”
Edu Galán avisa desde el principio que su libro es una invitación a la reflexión, a practicar el pensamiento crítico. Precisamente lo que les ha faltado a todos aquellos que se han sumado a la jauría que ha despellejado a gusto al director de Manhattan. Es curioso que muchos de los que se han sumado al linchamiento público sean actores y actrices que participaron en sus películas, como Mira Sorvino. Da la sensación que identificar a un «culpable» nos exime de ese pecado y nos hace parecer diferentes ante la opinión pública; puros. Además de Sorvino, también se han marcado su “San Pedro renegado” Greta Gerwig, Ellen Page y Colin Firth, entre otros. Aunque la más radical de todos fue una actriz que no estuvo a las órdenes de Allen, Susan Sarandon. Sus declaraciones fueron demoledoras: “Creo que abusó sexualmente de un niño, y no creo que eso esté bien”. Sin juicio, sin sentencia, la actriz se permite acusar de pederasta a alguien sin la más mínima prueba. Pero ellos no son los únicos que han dirigido su dedo acusador hacia Allen. La Plataforma Feminista d’ Asturies pidió la retirada de la estatua del director norteamericano de las calles de Oviedo. Eva Irazu, su portavoz, argumentaba su demanda con unas declaraciones que hielan la sangre de cualquier demócrata: «Creemos que el testimonio de su hija es creíble. La presunción de inocencia también debería pesar sobre ella. Este personaje tiene una mancha, haya sido condenado o no». Si Sócrates viviese en el siglo XXI no tendría manos para repartir collejas a este batallón de nuevos sofistas. El crítico Antonio Rico les tiene bien calados a estos exégetas de la moralidad: «Dylan Farrow no es más que el MacGuffin de su extraña visión del mundo».
El libro de Galán nos muestra una detallada investigación sobre el proceso de descrédito hacia el director, y también un exhaustivo análisis de los hechos que los originaron. Para no perdernos con ese aluvión de fechas y nombres, al final del ensayo tenemos una necesaria genealogía —parece que Mia Farrow se hubiese propuesto repoblar el mundo ella solita— y un espléndido cronograma. El autor se apoya en numerosas referencias que consiguen que la narración sea amena y necesites leer una página más aunque tus párpados te digan lo contrario. Una de las citas cinematográficas que usa me parece especialmente acertada, la de la película danesa La caza, un filme interpretado por Mads Mikkelsen, que expone los peligros de los juicios populares y sus terribles consecuencias.
“El síndrome Woody Allen es un libro necesario para evitar convertirnos en pistoleros en las redes sociales, vaqueros de gatillo fácil”
Si hay dos libros que nos ayudan a interpretar nuestra sociedad, y asimilar el nivel de estupidez e infantilismo en el que se mueven nuestras relaciones digitales, y analógicas también, esos son Arden las redes, de Juan Soto Ivars, y El síndrome Woody Allen, de Edu Galán. La lectura de ambos no rebaja el nivel de perplejidad a la que nos someten Facebook y Twitter a diario, pero son dos buenos manuales para navegar entre la estulticia moderna. En el libro de Galán se pone de manifiesto uno de los conceptos clave para comprender este nuevo orden social: la causocracia, el fascismo 3.0.
Causocracia
1.f. Suspensión popular e informal de los derechos de las personas, generalmente la libertad de expresión y la presunción de inocencia, en nombre de la Causa sociopolítica.
2.f. Forma de concebir el mundo donde la autoridad política se considera emanada de la Causa social, y que es ejercida directa o indirectamente por un poder cuasirreligioso, como una casta sacerdotal, que suele estar formada por los líderes del movimiento reivindicativo.
El Síndrome Woody Allen es un libro necesario para evitar convertirnos en pistoleros en las redes sociales, vaqueros de gatillo fácil que disparan a diestro y siniestro —sobre todo en estos tiempos pandémicos— con solo leer un titular, forajidos que acusan y aplican su justicia cuatrera sin miramientos, encañonando al sheriff, al juez de paz, y a quien se les ponga por delante, todo vale por defender su verdad. Y no, no tiene que caerte bien Woody Allen para leer, disfrutar y aprender con este libro. Si con alguien me identifico en este caso es con mi admirado Stephen King y su frase lapidaria: «Me importa un comino el señor Allen. Lo que me preocupa es quién será el siguiente en ser amordazado».
Fuente:
Deja un comentario