Publicado: 5 octubre 2020 a las 11:00 pm
Categorías: Arte y cultura / Cuentos
Julio Cortázar nace en Bruselas, Bélgica, el 26 de agosto de 1914, según el autor el nacimiento ocurre en ese lugar de una manera accidental: se produjo allí como podría haberse producido en otro sitio dependiendo del trabajo que le otorgasen a su padre, quien realizaba actividades relacionadas con la diplomacia. Sin embargo, a los cuatro años llega a Argentina y transcurre su infancia, adolescencia y juventud en este país. Además, a pesar de marcharse en 1951 por diferencias ideológicas con el gobierno de Juan Domingo Perón y radicarse en París por el resto de su vida, se proclama en varias entrevistas como un escritor argentino no sólo porque eligió al español para desarrollar su literatura, podría haber optado por el francés, sino también porque en la década de los sesenta fue parte del Boom Latinoamericano, un fenómeno literario que despierta de forma masiva la lectura de escritores de esa región en Europa y en todo el mundo. Esto genera una conciencia propia, una identidad y un sentido de pertenencia sobre lo que significa ser latinoamericano, que desvía la mirada hacia los países primermundistas para forjar un destino literario y social que nos represente; este hecho estuvo vinculado con el peculiar momento socio-histórico que atravesaba la zona como por ejemplo, la presencia de gobiernos con rasgos socialistas, populares y sobre todo, la victoria de la Revolución Cubana.
No obstante, su doble pertenencia a mundos diferentes es un elemento imposible de eludir en su narrativa: los personajes de Cortázar se sitúan acá y/o allá, Buenos Aires y/o Paris, añadiendo a estas ciudades las percepciones particulares de cada uno de ellos; el expresionismo que habita en estos lugares es una estética que a medida que avanza la maquinaria cortazariana se profundiza y comienza a adquirir características muy puntuales. De esta manera, Buenos Aires es, en muchos casos, sinónimo de tensión mientras que París, de liberación; este doble desplazamiento es representado en varios textos pero Rayuela (1963), por antonomasia, la enaltece. Además, la ambigüedad del plano espacio-temporal es un rasgo preponderante en su obra, que surge de forma (casi) imperceptible, sigilosa y natural.
Estas características, no escapan a Bestiario(1951), un título intenso para el primer gran libro de cuentos del autor, que se centra de forma exclusiva en Buenos Aires, publicado antes de su partida al extranjero y que presenta los primeros puntos nodales de su narrativa ya que además, el escritor considera que es el primer libro donde encontró las palabras adecuadas para expresarse; es decir, su propio código o idioma.
Bienvenidos a un universo doble, alternado por pequeñas frases que revelan un orden imperante que arrasa sin miedo sobre toda concepción de lo normal y sobre todo, que nos arrasa a nosotros, a los lectores, a una realidad inestable de la que ya no nos podremos ir sin desconfiar de que en lo ordinario existe una sutil amenaza, siempre sutil.
El título nos instala de forma inevitable en el pensamiento sobre lo bestial; por un lado, podemos quedarnos con la definición que aporta el diccionario o bien, extender su significado. Por ejemplo, podría remitirnos a un conjunto de narraciones sobre distintas especies, fábulas o alternar su significado a un folleto que se podría encontrar en un museo de ciencias, pero no. Aunque insistamos en clasificarlo, fracasaríamos todas las veces. La primera premisa que hay que tener en cuenta para adentrarse al mundo cortazariano es que no admite taxonomías, sino que las destruye y las reinventa. En ese sentido, lo bestiario irrumpe no por su forma sino por su efecto; no vamos a encontrar en este libro de cuentos monstruosidades físicas sino, en todo caso, psíquicas. De cualquier forma, para ingresar al orden propuesto por Bestiario, homónimo del octavo cuento del libro, la primera pregunta que deberíamos hacernos es ¿qué son las bestias?
El primer cuento es Casa tomada y ha sido interpretado como una respuesta literaria de la ideología antiperonista del autor, pero Cortázar explica que sólo fue una pesadilla aunque tampoco niega la interpretación política del cuento; en todo caso, la explica como un posible mecanismo inconsciente de su propia neurosis. De cualquier forma, el hecho fantástico es invisible; en este caso hay una fuerza desconocida que permite el avance de la historia: dos hermanos que se ven obligados a abandonar su casa, son desalojados por algo del orden de lo indecible:
El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene: -Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
La fuerza que expulsa a sus personajes nunca se revela y por supuesto, es la gran protagonista de la historia. Además, el entorno social de Argentina posibilita el contexto de producción de la hipótesis antiperonista debido a que era un momento de mucha revuelta política y social; el primer gobierno de Perón se instalaba para darle a los cabecitas negras oportunidades que eran sólo de la aristocracia y el choque cultural entre ambos estratos sociales produjo eclosiones. En ese contexto, muchos jóvenes literatos lectores de la vanguardia europea ven un atraso social y cultural en el peronismo; sus consignas y propagandas les resultaban demagógicas, abominables, ensordecedoras y deciden marcharse: Cortázar fue uno de ellos. Tiempo después, comprenderá un poco mejor su historia y hará una relectura sobre el peronismo aunque no adhiera a su ideología.
También, el cuento propone una interpretación en relación al incesto, como si la culpa cobrase una fuerza indomable y fuera lo que termina por expulsar a ese matrimonio de hermanos:
Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa.
Otro cuento del tomo que manifiesta lo bestial a través de un aspecto desconocido es Ómnibusque narra la historia de dos jóvenes que suben al 168; luego de ser amedrentados por la miradas de los otros pasajeros y/o por sus flores, y de que ellos bajen en el cementerio de Chacharita, quedan solos bajo un orden perturbador del que se desconoce su procedencia:
El guarda no se había movido, ahora hablaba iracundo con el conductor. Vieron (sin querer reconocer que estaban atentos a la escena) cómo el conductor abandonaba su asiento y venía por el pasillo hacia ellos, con el guarda copiándole los pasos. Clara notó que los dos miraban al muchacho y que éste se ponía rígido, como reuniendo fuerzas; le temblaron las piernas, el hombro que se apoyaba en el suyo. Entonces aulló horriblemente una locomotora a toda carrera, un humo negro cubrió el sol. El fragor del rápido tapaba las palabras que debía estar diciendo el conductor; a dos asientos del de ellos se detuvo, agachándose como quien va a saltar. El guarda lo contuvo prendiéndole una mano en el hombro, le señaló imperioso las barreras que ya se alzaban mientras el último vagón pasaba con un estrépito de hierros. El conductor apretó los labios y se volvió corriendo a su puesto; con un salto de rabia el 168 encaró las vías, la pendiente opuesta.
En este fragmento, como en otros a lo largo del cuento, predomina la animalización en el conductor y en el ambiente; la situación es dominada por la presencia de algo monstruoso como se evidencia con las frases «éste se ponía rígido», «como reuniendo fuerzas», «aulló horriblemente una locomotora», «agachándose como quien va a saltar», «con un salto de rabia». En ese sentido, en Las puertas del cielo aparece la mención de los monstruos como una metáfora asquerosamente clasicista del abogado Marcelo, que al igual que en el cuento anterior permite comprender de forma simbólica ese encuentro con el otro. En este caso, la sustitución se hace hacia los personajes que pertenecían al mundo de la milonga, de lo bajo; eso que para Celina es su cielo y que de forma imperceptible volverá a transitar, es descrito por el abogado de la siguiente forma:
Me parece bueno decir aquí que yo iba a esa milonga por los monstruos, y que no sé de otra donde se den tantos juntos. Asoman con las once de la noche, bajan de regiones vagas de la ciudad, pausados y seguros de uno o de a dos, las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, apretados en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con fatiga, brillantina en gotitas contra los reflejos azules y rosa, las mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas, peinados duros y difíciles de los que les queda el cansancio y el orgullo.
La actitud despectiva de Marcelo se rebela en Lejana, cuento en el que Alina Reyes quien de forma inexplicable contacta primero mediante un sueño y después, a través de un puente, con su otro yo, con su lejana haraposa y doliente con la que termina por fundirse. A veces, la solidaridad y a veces, la curiosidad son los sentimientos que la acercan a su alteridad.
Es la parte que no quieren y cómo no me va a desgarrar por dentro sentir que me pegan o la nieve me entra por los zapatos cuando Luis María baila conmigo y su mano en la cintura me va subiendo como un calor a mediodía, un sabor a naranjas fuertes o tacuaras chicoteadas, y a ella le pegan y es imposible resistir y entonces tengo que decirle a Luis María que no estoy bien, que es la humedad, humedad entre esa nieve que no siento, que no siento y me está entrando por los zapatos.
Si en los anteriores cuentos, lo bestial se mimetiza con lo anónimo de forma inevitable, tensa, salvaje y expulsa a sus personajes de su casa, del ómnibus o los transforma, los reúne con su alteridad o los coloca en donde siempre deberían haber estado; en estos otros cuatro, lo bestial adquiere características más concretas. Así es como en Cefalea la presencia de unas criaturas fantásticas, las mancuspias, altera el significado de todo el cuento sin saber bien si ellas y todo lo que acontece a su alrededor pertenecen a la realidad percibida por el narrador-protagonista o bien, todo es una especie de alucinación o enfermedad:
Cuando ya no se puede leer encendemos una vela junto al manual para terminar de enterarnos de los síntomas, es mejor saber por si más tarde – Dolores lancinantes agudos en sien derecha, esta terrible serpiente cuyo veneno actúa con espantosa intensidad (ya leímos eso, es difícil alumbrar el manual con una vela), algo viviente camina en círculo dentro de la cabeza, también lo leímos y es así, algo viviente camina en círculo. No estamos inquietos, peor es afuera, si hay afuera.
Por otro lado, en Carta a una señorita en París los conejitos salvajes del cuento invaden y destrozan el minucioso orden del departamento de Andrée, que tanto asfixiaba al narrador-protagonista quien se lo cuidaba mientras ella estaba en París:
Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar (…) Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve (…) De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
Además, en Circe, texto que remite inevitablemente a la hechicera griega, presenta a Delia Mañara, una extraña joven que mantiene una particular relación entre los animales, los insectos, los licores, los bombones y sus novios, dos de ellos ya fallecidos cuando inicia el relato:
Fue entonces cuando Mario oyó los primeros chismes. La muerte de Rolo Médicis no había interesado a nadie desde que medio mundo se muere de un síncope. Cuando Héctor se suicidó los vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renacía la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé, la incrédula desazón en el gesto de su padre.
En ese cuento, la presencia de lo siniestro es formidable ya que el ambiente cotidiano comienza a alterase gradualmente a medida que se describe a Delia:
Un gato seguía a Delia, no se sabía si era cariño o dominación, le andaban cerca sin que ella los mirara. Mario notó una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a acariciarlo. Ella lo llamó (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento, hasta sus dedos. La madre decía que Delia había jugado con arañas cuando chiquita. Todos se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposas venían a su pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un gesto liviano. Héctor le había regalado un conejo blanco, que murió pronto, antes que Héctor.
Por otra parte, en Bestiario, la bestia no sólo es el tigre por el que los humanos deben habitar la casa dependiendo del lugar en que éste se encuentre sino también, los humanos que posibilitan ello; ellos actúan complaciendo al tigre, como si el hecho de vivir en medio de una tragedia latente, no los afectara: toda la casa se organiza en torno a la bestia pero a su vez eso revela que lo bestial está en las relaciones que mantienen, las alusiones al posible incesto entre Tía Rema y Nene, o la dominación de él en toda casa y, por supuesto, la extraña decisión de enviar a la niña Isabel allí. Todo ello, desvía lo salvaje del animal y lo coloca del lado de los humanos:
El Nene tenía entornada la puerta de su estudio y estaba paseándose en mangas de camisa, con el cuello suelto. Le silbó al pasar. —Me voy a dormir, Nene. —Oíme: decile a Rema que me haga una limonada bien fresca y me la traiga aquí. Después subís no más a tu cuarto. Claro que iba a subir a su cuarto, no veía por qué tenía él que mandárselo. Volvió al comedor para decirle a Rema, vio que vacilaba. —No subás todavía. Voy a hacer la limonada y se la llevás vos misma. —Él dijo que… —Por favor.
En conclusión, una de las virtudes del autor consiste en alterar el significado ordinario de las palabras y conceptos, incluso alterar también lo que comprendemos como real e irreal generando un verosímil narrativo de lo fantástico. En ese sentido, el autor consideraba que lo fantástico es un sentimiento y una forma de ver y transitar la vida donde lo real y lo irreal no pertenecen a dos mundos distintos sino que conviven.
No obstante, la presencia constante de Buenos Aires invadiendo todos los cuentos con infinitas referencias (calle Rodriguez Peña, calle Suipacha, el Odeón, Villa del Parque, Tinogasta y Zamudio, Avenida San Martín y Nogoyá, la torre florentina de San Juan María Vianney, Chacarita, Retiro, Canning y Santa Fe, la Facultad de Derecho, Leandro N. Alem, Plaza de Mayo, la torre de los Ingleses, Puan, Almagro, Plaza Once, Palermo, Cangallo y Pueyrredón, Medrano y Rivadavia, el Luna Park, el Abasto, Mar del Plata, Constitución, Banfield) sitúa a la narrativa en un contexto bien específico; no es casual que esta ciudad sea propicia de lo bestiario: en un contexto político donde las consignas peronistas estaban a la orden del día, quizá Bestiario sea el grito que intenta desgarrarlo.
Es decir, por un lado la fuerza bestiaria es un simbolismo político; por otro, un impulso anónimo; a veces, corresponderá a conejos, arañas, mariposas, cucarachas, a un gato, a todo tipo de insectos, a un tigre; e incluso cuando sea necesario se inventará un nombre, un animal: las mancuspias de Cefalea. En cualquiera de los casos, el efecto es el mismo: la apertura de realidades nuevas (a veces, insoportables), de pasadizos, de planos paralelos que alteran de forma sistemática lo cotidiano. En definitiva, la gran bestia del cuento es la realidad misma sin el velo que nos permite concebirla como normal.
Fuente de la información:
https://clavedelibros.com/bestiario-julio-cortazar/
Fuente de la imagen:
https://clavedelibros.com/bestiario-julio-cortazar/
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