‘Solaris’ de Stanislaw Lem

Publicado: 28 septiembre 2020 a las 7:34 am

Categorías: Arte y cultura / Literatura

Solaris se presenta como una alegoría de los límites del ser humano: sea como aquel otro insoslayable o como ese océano insondable que es el “yo”. Representa aquello que nos excede, que nos desborda y, como tal, aquello que alimenta nuestros deseos por conocer lo desconocido.

Solaris trata de personas que se han perdido en el cosmos y que –quieran o no– ahora tienen que aprender cosas nuevas. Este afán de saber, impuesto aquí al hombre desde fuera, es a su modo algo tremendamente dramático, puesto que se ve acompañado de continua intranquilidad y de carencias, de dolor y decepción, puesto que la verdad última es inalcanzable. A ello se añade que al hombre le ha sido dada una consciencia, que empieza a atormentarle en cuanto su comportamiento es contrario a las leyes morales. También la existencia de la conciencia es, en cierto modo, algo trágico.
– Andréi Tarkovski

Así presenta Andréi Tarkovski su adaptación homónima del clásico de Stanislaw Lem en su libro Esculpir en el tiempo. La película se toma muchas licencias con respecto al libro, incluso podríamos decir que más que hablar de una adaptación cinematográfica estamos ante una reescritura del clásico del genio de la ciencia ficción del siglo XX. Sin embargo, lo que menciona Tarkovski acerca de la película nos sirve de entrada a Solaris, planeta con un solo habitante conocido -un océano insondable- que nos habla del ser humano, sus temores y sus deseos, sus carencias y su falta de conocimiento acerca de sí mismo, la otredad y todo lo que lo rodea.

Los límites del conocimiento humano

Stanisław Lem nació un 12 de septiembre de 1921 en Polonia. Es considerado uno de los mejores exponentes del género de la ciencia ficción. Entre sus obras encontramos El hospital de la transfiguración, Máscara, La investigaciónCiberíada y Solaris, donde se puede ver un estilo satírico, de crítica a la sociedad moderna y con muchos elementos de carácter filosófico. Uno de los temas principales de su obra es el contacto con formas de vida no humanas, tendiendo a poner en entredicho el conocimiento del ser humano colocándolo en situaciones límite donde se expone su carácter falible, incluso su solipsismo al reconocer al otro desde su concepción preconcebida de la realidad. Vemos lo anterior en el siguiente fragmento:

Muchos hombres de ciencia, en cambio, sobre todo entre los jóvenes, llegaron insensiblemente a considerar el “Asunto Solaris” como piedra de toque de los valores del individuo. “Mirándolo bien -decían-, lo que aquí se discute no es solo la investigación solarista; se trata esencialmente de nosotros, de los límites del conocimiento humano.”

Es así que Lem utiliza los “mundos posibles” para criticar la realidad que habitamos. Desde el deseo de colonización y dominación del ser humano sobre aquello que no le pertenece, hasta la imposibilidad de comunicación entre nosotros mismos en el mundo moderno, que pese a los avances de la tecnología, pareciera que al ofrecer mayores posibilidades de mantenernos “conectados” en el mundo virtual, nos separara más de los demás y del contexto a nuestro alrededor.

Solaris como reflejo y origen de lo indeterminado

En Solaris, Lem ubica a cuatro hombres -Kris Kelvin, Snaut, Sartorius y Gibarian- en una estación ubicada en el planeta homónimo, el cual está formado en su totalidad por un océano protoplasmático que se presume parece tener vida y las capacidades de un ente pensante. “Los solaristas” son un grupo de estudio científico que lo que ha buscado, a lo largo de mucho tiempo, es la comunicación con esta forma de vida no humana. Al iniciar la novela, Kelvin está rumbo a Solaris, en una nave espacial denominada Prometeo. Al arribar al planeta, se entera de la muerte reciente de Gibarian, su maestro. Al interrogar a Snaut, este le comenta que solo ellos y Sartorius están en la estación, pero que se prepare si llegara a ver a “alguien más”. Kelvin se muestra confundido, anonadado, primero, por la muerte de Gibarian y, segundo, por la actitud misteriosa de Snaut, que le hace una advertencia: “-Domínate, prepárate para afrontar… cualquier cosa. Ya sé que es imposible. Inténtalo, de todos modos. Es el único consejo que puedo darte”.

Al avanzar la novela nos iremos enterando que los individuos de la estación reciben “visitantes” de origen desconocido y que, al parecer provienen de sus recuerdos. Con lo que posteriormente se presume que el océano realiza una especie de escáner cerebral y procesa los recuerdos de los individuos, generando “seres” a partir de los mismos. Kelvin recibe la sorpresiva visita de Harey, su pareja, pero nos enteramos por él mismo que ella se suicidó 10 años atrás, con lo que entendemos poco a poco que se trata de una reproducción a partir de los recuerdos de Kelvin que el océano ha generado a partir de un tipo de partículas denominadas neutrinos. En un principio parece una forma vaciada de la fallecida Harey, pero conforme Kris se relaciona con ella, va convirtiéndose en una forma cada vez más humana, llegando incluso a surgir una especie de vínculo emocional entre ambos.

Resulta importante comentar que Lem prácticamente utiliza como excusa el viaje a otro planeta y la posible comunicación con alienígenas para indagar acerca de la psique y las relaciones humanas. Incluso cabe destacar que Kris Kelvin no es físico, ni científico, es psicólogo, por lo cual, lo que le interesa, más que el contacto con el océano, es la posible comunicación con el mismo y los seres que produce y las implicaciones de estos en la mente y comportamiento humanos. Al discutir Kelvin con Snaut acerca de los “visitantes” de Solaris y las alteraciones que estos producen en los miembros de la estación, este le responderá:

No queremos conquistar el cosmos, solo queremos extender la Tierra hasta los lindes del cosmos. Para nosotros, tal planeta es árido como el Sahara, tal otro glacial como el Polo Norte, un tercero lujurioso como la Amazonia. Somos humanitarios y caballerescos, no queremos someter a otras razas, queremos simplemente trasmitirles nuestros valores y apoderarnos en cambio de un patrimonio ajeno. Nos consideramos los caballeros del Santo-Contacto. Es otra mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta, pero no nos gusta como es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo; partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra, pero desarrollada de acuerdo con un prototipo: nuestro pasado primitivo. Por otra parte, hay en nosotros algo que rechazamos; nos defendemos contra eso, y sin embargo subsiste, pues no dejamos la Tierra en un estado de prístina inocencia, no es solo una estatua del Hombre-Héroe la que parte en vuelo. Nos posamos aquí tal como somos en realidad, y cuando la página se vuelve y nos revela otra realidad, esa parte que preferimos pasar en silencio, ya no estamos de acuerdo.

Con esto, Snaut argumenta acerca de la imposibilidad de comprender aquellas cosas que se salen de los parámetros que rigen la mente humana. Cualquier contacto no busca enriquecer la experiencia del ser humano hacia lo desconocido, sino organizar y catalogar eso que se sale de los límites de lo que él ha creado. Por tal razón, ante las limitadas posibilidades de su comprensión de la realidad, prefiere destruir lo que no conoce, más que asimilarlo como diferencia.

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Cosmología y teología: De Borges a Lem

Recuerda en este aspecto al cuento de Jorge Luis Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” que se encuentra en su libro Ficciones. En este cuento, Borges crea un mundo que concibe los seres como una sola unidad, por tal razón, el lenguaje de este lugar no posee sustantivos y el tiempo se presenta como una serie de eventos superpuestos, no de manera lineal. La disciplina imperante en Tlön es la psicología, que al igual que Kelvin, ve todo a su alrededor como procesos mentales. Leemos en el texto del genio argentino:

No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlön comprende una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas a ella. He dicho que los hombres de ese planeta conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión y del pensamiento; nadie comprendería en Tlön la yuxtaposición del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo -que es un sinónimo perfecto del cosmos-. Dicho sea con otras palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La percepción de una humareda en el horizonte y después del campo incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas.

Lem incluye dos fragmentos en el texto con respecto a la simultaneidad de procesos en Solaris y la imposibilidad de la mente humana de concebirlos, donde podríamos ver una alegoría a las dicotomías Ser Humano/Dios, Ser Humano/Universo, Ser Humano/Conocimiento. El primero de ellos es el siguiente:

La mente humana no puede absorber sino pocas cosas a la vez; vemos solo lo que ocurre ante nosotros, aquí y ahora; no podemos concebir simultáneamente una sucesión de procesos concurrentes o complementarios. Nuestras facultades de percepción son también limitadas, aun ante fenómenos relativamente simples. El destino de un hombre puede estar henchido de significado; el de algunos centenares no tanto; pero la historia de miles y millones de hombres nada significa, en el sentido literal del término.

El segundo fragmento con respecto al tema gira en torno a esta limitada posibilidad de la percepción humana versus el mecanismo por el cual se rige Solaris, donde la simultaneidad de procesos se superponen desbordando la visión del mismo a través de los ojos humanos. Leemos en el texto:

La esencia de esta arquitectura es un movimiento sincronizado y orientado hacia una meta precisa. Nosotros no observamos sino un fragmento de proceso, la vibración de una sola cuerda en una orquesta sinfónica de supergigantes; sabemos -y nos parece inconcebible- que arriba y abajo, en abismo vertiginoso, más allá de los límites de la percepción y la imaginación, millares y millones de transformaciones operan simultáneamente, ligadas entre sí mismo en un contrapunto matemático. Alguien ha hablado de sinfonía geométrica; pero no tenemos oídos para ese concierto.

A través de las páginas de Solaris vemos como, tanto Snaut como Kelvin, realizarán una crítica a la solarística, ya que esta se ha llegado a convertir en un tipo de dogma, con lo que la ciencia en la Tierra se ha convertido en una especie de nueva religión, que no busca el contacto con Solaris, sino que se ha convertido en un fin en sí misma, repositorio de la fe hacia algo superior y, como tal, inalcanzable. Kelvin narra una descripción encontrada en un libro denominado Introducción a la Solarística donde se menciona que:

La solarística, escribía Muntius, es la religión de la era cósmica; una fe disfrazada de ciencia. El Contacto, la meta de la solarística, no es menos vago y oscuro que la comunión de los santos o la vuelta del Mesías. La exploración de una liturgia que se sirve de un lenguaje metodológico; los sabios trabajan humildemente esperando una consumación, una Anunciación. No hay ni puede haber ningún puente entre Solaris y la Tierra. La comparación es subrayada con paralelismos obvios: los solaristas rechazan ciertos argumentos —no hay experiencias comunes, no hay nociones transmisibles— así como los creyentes rechazaban los argumentos contra la fe. Por lo demás ¿qué pueden esperar los hombres de una “vía de información” con el océano vivo? ¿Un catálogo de vicisitudes que se extienden indefinidamente en el tiempo asociados a una existencia tan antigua que ya no recuerda lo que fue en un principio? ¿Una descripción de las aspiraciones, pasiones, esperanzas y sufrimientos que el océano expresa creando montañas vivientes? ¿La promoción de la matemática a existencia encarnada, la revelación de la plenitud en la soledad y el renunciamiento? Pero todo esto sería incomunicable: traspuestos a un lenguaje humano cualquiera, los valores y significaciones complicados pierden toda sustancia; no pueden cruzar la frontera. Los “adeptos” no esperan por lo demás tales revelaciones —más del orden de la poesía que de la ciencia— pues lo que ellos buscan es la Revelación misma, una revelación que les explique el sentido del destino del hombre. La solarística resucita mitos desaparecidos hace tiempo; expresa una nostalgia mística que los hombres ya no se atreven a confesar abiertamente; la piedra angular, profundamente enterrada en los cimientos del edificio, es la esperanza de la Redención. Incapaces de reconocer esta verdad, los solaristas evitaban prudentemente toda descripción del Contacto, presentado siempre como un resultado último, aunque en los primeros tiempos se lo consideraba un comienzo, una apertura, una nueva vía, entre muchas otras posibles. Pasaron los años y el Contacto fue santificado, convirtiéndose en el cielo de la eternidad.

Lem cuestiona la ciencia, la religión, la ignorancia de la sociedad moderna acerca de lo realmente importante: nuestras interacciones con otros seres e incluso con nuestro planeta. Además presenta el supuesto carácter inquebrantable de las leyes que condicionan nuestra realidad e intenta poner esto en duda evidenciando sus limitaciones. También encontramos un intento de trasgresión a la ley divina, ya que se pone en duda la idea de dios como creador, como ser omnipotente y de perfección ilimitada, sugiriendo que tal vez el océano de Solaris es una especie de dios en un estado primitivo. Se nos sugiere que, de existir un creador de este universo, del ser humano y de todo lo que nos rodea, es un ser con conocimiento y posibilidades limitadas. Al respecto Kelvin sugiere:

–No, no pienso en dioses nacidos al candor de los seres humanos, sino en dioses de una imperfección fundamental, inmanente. Un dios limitado, falible, incapaz de prever las consecuencias de un acto, creador de fenómenos que provocan horror. Un dios que ha creado relojes, pero no el tiempo que ellos miden. Ha creado sistemas o mecanismos, con fines específicos, que han sido traicionados. Ha creado la eternidad, que sería la medida de un poder infinito, y que mide solo una infinita derrota.

Con relación a la concepción de dios como un ser limitado, Lem dialoga nuevamente con Borges, que en su cuento “Las ruinas circulares”, parte también de su libro Ficciones, presenta a un hombre que desea crear un ser a partir de sus sueños y del poder que le pueda otorgar el dios del fuego. Estos intentos de convertirse en una especie de “dios creador” son defraudados al darse cuenta que, así como él creó un hombre a partir de sus sueños, otro estaba soñándolo a él. El texto termina de la siguiente manera:

Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

Las similitudes con el estilo de Jorge Luis Borges son evidentes, incluso Lem cuenta con la Biblioteca del siglo XXI, que es una trilogía que incluye los libros: Vacío PerfectoMagnitud imaginaria y Golem XIV donde reseña una serie de libros inexistentes. Borges realiza esta operación en varios de sus cuentos y ensayos: desde añadir capítulos inverosímiles a la Enciclopedia Británica hasta generar textos que “servirán de base” para el pensamiento de algunos filósofos occidentales. Este último caso es el de “El idioma analítico de John Wilkins”, parte del libro Otras inquisiciones, ensayo en el que genera una enciclopedia china titulada Emporio celestial de conocimientos benévolos, la que, según el autor argentino, será la base para el idioma quasi filosófico atribuido al filósofo inglés John Wilkins (1614-1672).

Psicología y comunicación

Al final de la novela, Kelvin diserta acerca del impacto que ha tenido en él el contacto con el océano, argumentando incluso que será ahora la Tierra la que le provoque esa sensación de extrañamiento e incomodidad que le produjo en un primer momento el “Asunto Solaris”. Con esto, pareciera que el personaje empatiza más con el océano y con Harey que con la raza humana, lo que podría considerarse una crítica o un rechazo a la humanidad y sus ideas de orden y progreso:

El regreso… ¿Qué significado tenía para mí? ¿La Tierra? Recordé las enormes ciudades bulliciosas, donde iría de un lado a otro, y me perdería, y pensé en esas ciudades como había pensado en el océano la segunda o la tercera noche, cuando quise precipitarme en las olas tenebrosas. Me ahogaré entre los hombres, me dije. Seré taciturno y atento, un compañero apreciado. Tendré muchos amigos, hombres y mujeres, y tal vez incluso una mujer. Durante un tiempo tendré que esforzarme en sonreír, saludar con una pequeña inclinación, enderezarme, ejecutar los miles de pequeños gestos que componen la vida en la Tierra, hasta el día en que esos gestos vuelvan a convertirse en hábitos. Encontraré nuevos intereses y ocupaciones, a los que no me daré por entero. No, nunca más me daré por entero a nada ni a nadie. Y quizá de noche mirará allá arriba la nebulosa oscura, cortina negra que vela el resplandor de dos soles. Y recordaré todo, hasta lo que pienso en este momento; con una sonrisa condescendiente, un poco pesarosa, rememoraré mis locuras y mis esperanzas. Y ese Kelvin del porvenir no valdrá menos que el otro Kelvin, aquel que estaba dispuesto a todo en nombre de un proyecto ambicioso llamado Contacto. Y nadie se atreverá a juzgarme.

Las últimas líneas de Solaris abogan por una esperanza que va a socavar a Kris, sin embargo, pareciera que después del contacto con Solaris, es la única opción que alberga en su interior. Hay una profunda melancolía en Solaris, en donde se muestra la imposibilidad de la comunicación con el otro, el dolor y la frustración que puede producir el amor y la inagotable capacidad del ser humano de retar los dos hechos anteriores en la busca de un (im)posible contacto. Kelvin nos dice al respecto:

Yo no tenía ninguna esperanza, y sin embargo vivía de esperanzas; desde que ella había desaparecido, no me quedaba otra cosa. No sabía qué descubrimientos, qué burlas, qué torturas me aguardaban aún. No sabía nada, y me empecinaba en creer que el tiempo de los milagros crueles aún no había terminado.

Solaris se presenta como una alegoría de los límites del ser humano: sea como aquel otro insoslayable o como ese océano insondable que es el “yo”. Representa aquello que nos excede, que nos desborda y, como tal, aquello que alimenta nuestros deseos por conocer lo desconocido. Es la materialización del deseo de la mente humana de abarcar lo inabarcable, de esa búsqueda por el origen, por algo superior, aquello que, en resumidas cuentas, nos hace humanos.

 

 

 

 

Fuente de la información
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