Publicado: 13 septiembre 2020 a las 10:00 am
Categorías: Entrevistas
México/ 13 Septiembre 2020/ Fuente/ https://www.talent-republic.tv/
Por Lucero Miranda Ballesteros
No han pasado más de diez días y apenas si se habla acerca de la realidad educativa que vivimos, no sólo en México sino a nivel global. Sin embargo, en este momento sólo pondremos atención a nuestras y nuestros educandos nacionales. Es como si viviéramos una tragicomedia cuyo fin todavía no podemos predecir.
Generación Baby Boomers
Un poco de contexto: mi generación es la de los Baby Boomers, que recibimos una educación rigurosa, basada principalmente en el uso de la memoria y de la disciplina, y tuvimos la fortuna también de aprender haciendo en una diversidad de talleres prácticos que nos eran impartidos. Esta combinación, nos brindó estructura, orden e imaginación, aunque en su momento no fuimos capaces de valorarlo.
Fuimos nietos de la guerra, aprendimos muchas cosas de la vida sobre la base de una austeridad pensada en “por si llegara la tercera guerra”. Leímos infinidad de novelas sobre las hecatombes que vendrían si hubiera guerra o una invasión marciana.
Momentos clave en nuestra generación mexicana fueron, en el año 1968, las Olimpiadas y el Movimiento Estudiantil; la llegada del hombre a la luna en 1969; y el Mundial México 70; mientras todos estuvimos inmersos a nivel mundial en una Guerra Fría que en nuestras mentes infantiles jamás pudimos dimensionar. Crecimos entre reglas y decisiones de otros y otras, llámense padres y madres, y la rebeldía que surgía por la edad y por los tiempos de cambio que nos acompañaban. Quienes nos antecedían estaban rompiendo paradigmas.
Como Baby Boomers, una mayoría teníamos claro lo que queríamos y cómo lograrlo: esfuerzo arduo y constante para llegar al éxito, fortalecidos por la familia, la religión, las instituciones (creyéramos o no en ellas).
Llegaron los setentas y los ochentas, y muchas y muchos de nosotros nos aseguramos de que nuestros hijos no fueran educados bajo un modelo añejo y en muchos sentidos obsoleto, comenzamos a tratar a nuestros niños y niñas como personas; el cambio se consolidó y nuestros cimientos se resquebrajaron. De pronto, queríamos educar distinto, administrar una disciplina que no conocíamos, muchos de nosotras y nosotros como “hijos del Dr. Spock”, derivado de la lectura de su famoso libro “Tu hijo”; queríamos educar y formar de otra manera.
En muchos sentidos, la vida se trastocó entre acontecimientos, descubrimientos, cambios, modos de pensar, de hacer, de aprender, de entender. La educación dio un giro vertiginoso sin posibilidad de retorno, surgiendo infinidad de teorías educativas para generar conocimiento y experiencia de mayor calidad, pasamos por una diversidad de propuestas que romperían con el paradigma tradicional hasta llegar a la enseñanza centrada en el alumno, en el aprender a aprender y, hoy por hoy, el constructivismo y el aprendizaje basado en competencias.
¿Qué hicimos mal?
A pesar de este camino arduamente recorrido, cabe preguntarnos ¿qué hicimos mal? ¿Por qué estamos cayendo en procesos de aprendizaje pobres y, lamentablemente, deficientes? ¿Las teorías educativas? ¿Los modelos? ¿Las estrategias y las técnicas? ¿Sólo la escuela? En esta serie de preguntas habrá que agregar la pregunta ¿la familia? Mucho que revisar, mucho que observar, mucho que desaprender para volver a aprender.
Vidal Schmill lo explica de manera muy sencilla, afirmando que en nuestra generación el rompecabezas de conocimientos, hábitos, actitudes y valores, lo recibíamos pieza por pieza con el tiempo suficiente para procesar y acomodar las piezas e ir paso a paso. En cambio, a los niños y las niñas de las siguientes generaciones, se les entrega la caja con del rompecabezas completo para que las piezas las vayan colocando a su mejor entender, mientras que con frecuencia se encuentran inmersos en un sinfín de incertidumbres.
Entonces ¡llega la pandemia!
Y las instituciones educativas se tienen que reorganizar, como les es posible. Y entonces, esas madres y esos padres que mayormente han sido educados en el cambio con dudosas estructuras de construcción de conocimiento tienen que tomar el espacio del aula, recuperar conocimientos que difícilmente forman parte de su preparación académica; teniendo que recordar cómo hacer conjugaciones, cómo utilizar los adverbios, el sujeto y el predicado. Y qué decir de cómo dividir, cómo multiplicar, ¡los quebrados!, la raíz cuadrada… la biología, la geografía, la química, la…
Numerosas escuelas sin capacidad para enfrentar la crisis, infinidad de mamás y papás también en crisis. Niñas y niños, adolescentes, en medio de algo que no comprenden, pero deben asumir, enfrentar y, por mandato, obedecer: “quédate en casa”. Un mensaje que se volvió en algo así como un mantra.
Los hogares se convierten en territorio de todo, desde habitación hasta salón de clases, y sala de juegos cuando es posible. Redes que fallan, espacios reducidos, necesidad de una computadora por habitante en el hogar. Niñas y niños sin saber bien a bien qué sucede. Las casas, el sitio que debe ser el más seguro del mundo, en infinidad de casos se vuelven campo de batalla, inmersas en una especie de indefensión aprendida que no provoca más que inseguridad e incertidumbre.
Unas semanas antes del lunes 24 de agosto se anuncia con bombo y platillo que se impartirán clases por televisión. Ahora, además de computadora, un espacio adecuado, y la disposición para enseñar y para aprender, debemos prepararnos para hacerlo a través de esa caja llena de imágenes y palabras muchas veces inentendibles, y donde no es posible interactuar.
Llegada la fecha, inicia el ciclo escolar 2020-2021 con un arranque distinto, con fallas de aplicaciones, saturación de redes, desorden en cuanto al plan de la SEP, problemas de cobertura, incompetencia e inexperiencia de unos y otros. Tiempos oscuros se extienden sobre el derecho a la educación. Profesoras y profesores, de un día a otro, han debido asumir la responsabilidad de impartir sus sesiones a distancia.
Pero ¿qué sucede con los que sólo cumplían los mínimos necesarios y ahora deben ser capaces de trabajar desde la virtualidad? ¿Qué ocurre con esas y esos docentes reacios al uso de tecnología para la educación? ¿Qué sucede con aquellas profesoras y profesores que además de atender a sus clases, también deben apoyar a sus hijos?
¿Con madres y padres que además de atender a sus responsabilidades, ahora deben ser las y los tutores de sus hijas e hijos? Ser todo eso que suelen ser los profesionales de la educación, esos tantas veces denostados y vistos como inferiores, esos y esas que han debido soportar la arrogancia ignorante de tantos padres y madres que se han sentido con el derecho de gritar y violentar.
Así, transcurridos unos pocos días, apenas si es tema en los medios el trabajo que se necesita para educar exitosamente.
Estamos conscientes de la brecha enorme que separa a niñas, niños y jóvenes con acceso a una televisión y/o una computadora de los que no tienen esa posibilidad. Sabemos de docentes cuyo profundo compromiso los lleva a ir de casa en casa… Lamentablemente, esto no sucede para todas y todos, a pesar de ser un derecho tener acceso a la educación, ¿qué futuro aún más difícil depara a quienes no recibirán sus clases ni el apoyo adecuado para aprender? Somos memoria que olvida, esta vez no debemos olvidar, no debemos permitir que la brecha entre privilegiados y no, se ensanche.
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